miércoles, 28 de noviembre de 2012

Un enfado, una larga espera y el sueño perfecto.

                     
Se mira al espejo.
No, las trenzas no le quedan mal, pero... ¿la hacen demasiado infantil? Sí, es eso.
Se suelta el pelo de nuevo. Mira la hora.
No le da tiempo a peinarse siquiera.
Sin pensarlo, se hace una coleta alta.
Coge la mochila y sale corriendo de su cuarto. Poco después, de la casa.
Baja la calle y llega a la panadería.
El recuerdo de esos cinco chicos se le viene a la cabeza. Los había olvidado completamente.
Sonríe.
Ese tal Guille, era realmente guapo, y Mario era muy tímido, aunque tenía una risa adorable... Sí,
bueno, cada uno tenía sus pros y sus contras.
Mira de nuevo la hora.
El autobús está llegando a la parada que hay frente a la panadería. No le da tiempo a comprar su
desayuno.
Suspira y corre hasta la parada. Sube al autobús.
Leo frena lentamente delante de la panadería.
Son las siete y media, una hora perfecta para coger el autobús si vas al instituto.
África debe de estar al llegar.
Tararea la canción con el mismo nombre mientras Leo baja de la furgoneta y va a la panadería a
comprar algo que lo despierte. ¿Venderán café? Bueno, le da igual, todo con tal de no dormirse...
Adrián le ha pedido que lo recogiese en su casa a las siete y veinte para esperar a la niña con la que
el chico lleva soñando día y noche.
Adrián bosteza. Él tampoco a dormido, a dormido menos incluso que Leo, está seguro de ello.
Acaba de arrancar un autobús. Lo mira.
¿Y si ella está en ese autobús? No, no. Pero y si... ¡No, no, no!
Sacude la cabeza. Leo no ha hecho el esfuerzo de levantarse a las seis y media para nada.
Se sienta en un de los asientos dobles más cercanos a la puerta trasera del autobús.
El conductor enciende la radio. Bien, algo de relajación por fin.
Suena, Payphone, de Maroon 5.
Sonríe. Le encanta esa canción.
De repente, piensa en el libro que está leyendo.
Ahora mismo, está leyendo el capítulo en el que el chico del pan y Katniss se están besando
después de salir del interior de las cloacas y de haber escapado de los mutos de su enemigo, el
presidente.
Le encanta esa parte. Quiere leer.
Abre la mochila y busca el libro.
No está.
No es posible. TIENE que estar ahí, no lo ha movido.
¡O se lo dejó ayer en el instituto! Es posible. Tiene que controlarse para no gritar en el autobús.
Le ha costado mucho que sus padres lo comprasen solo para ella, ya que su hermana también lo
quería leer. Ahora no puede perderlo...
Rebusca desesperada en su mochila.
El libro el voluminoso, si no lo ha visto es que realmente no está.
Todo el mundo la mira.
Ella saca la cabeza de la mochila y se sonroja. Siempre le toca a ella ser la que hace el ridículo.
¿Dónde lo habrá dejado? En clase de lengua, está casi segura. Pero ¿quién lo ha cogido o... lo han
cogido? Espera desesperadamente que el profesor lo haya cogido y guardado para dárselo hoy.
Suspira.
Mira lo la ventana y se sienta en la ventana que está más cerca de esta. La canción sigue
escuchándose. La canta en su cabeza, es seguramente su canción favorita.
Empieza a recordar que no tiene los deberse hechos. Saca la agenda y lee la tonelada de trabajos,
exámenes que estudiar y ejercicios que se le han acumulado a lo largo de esta semana y la pasada.
Lucha por no ponerse a llorar. Si no lo termina todo en el autobús no podrá aprobar la mayoría de
las asignaturas que tiene pendientes. Y tiene bastantes. ¿Por qué todo se le da mal?
Otro suspiro.
Saca cualquier libreta y hace algún que otro ejercicio. Tiene deberes para todas las asignaturas, es
horrible.
Bien, ha terminado naturales.
Matemáticas.
Lengua.
Sociales.
Cuando quiere darse cuenta, la conductora del autobús le está pidiendo que pague el transbordo.
    – Pero yo ya lo he pagado... - dice la chica algo confusa.
    – Sí. Pero hemos llegado al final del trayecto.
    – ¡¿Qué?!
    – El final del trayecto...
    – ¡Gracias por avisarme, señora! - le dice antes de correr fuera del autobús.
¿Dónde está? ¿Dónde está el instituto? Mira el reloj. Hace media hora que tendría que estar en
clase. Y eso que hoy a madrugado.
Se muerde el labio y suelta un improperio.
Suerte que en la parada del autobús hay un mapa. Se sitúa.
Para llegar andando al instituto... ¡tiene que cruzar casi media ciudad! ¿Cómo a podido distraerse
tanto?
Corre hasta el paso de peatones. La mochila le pesa una inmensidad, pero el sueño se ha
desvanecido con una facilidad asombrosa después del susto.
Solo tiene que buscar un autobús que la deje cerca del instituto.
Por un momento piensa volver a subir al mismo autobús que antes, pero ya se ha ido.
Verdaderamente, es imbécil, ya lo tiene muy claro.
Hace media hora que son las ocho y cuarto. ¿Habrá ido en coche? ¿Y si la ha llevado otro chico?
Se tortura a sí mismo.
Sus amigos no paran de llamarlos al móvil, no han ido a recogerlos.
    – Mira, Adrián, tengo que ir a por ellos... - le dice Leo, algo cabreado.
    – Pero... ¿y si viene?
    – No creo que vaya a venir ya.
    – Pero...
    – ¡Bueno, pues si quieres te quedas aquí, pero yo me voy! - le grita su amigo desde el asiento
         del conductor.
Por un momento, Adrián siente el miedo recorrerle el cuerpo. Nunca Leo se ha enfadado con él. No
parecía Leo, parecía su padre, su padre borracho.
El mayor de los dos deja de gritarle cuando ve que Adrián está temblado.
    – ¿Qué vas a hacer? - le pregunta aún con rencor.
    – Nada, lo siento. Vamos a por los demás.
Leo arranca la furgoneta. La batería de Alberto suena en el maletero.
    – ¿Estás enfadado? - le pregunta Adrián.
    – No.
    – Pues lo parecías.
    – Es que me desesperas, Adrián.
    – Lo siento.
    – No pasa nada.
Se sonríen. Todo vuelve a la normalidad, aunque Adrián sigue algo tenso.
    – Llámalos. Diles que vamos camino del instituto.
    – ¿No vamos a ensayar?
    – No podemos.
    – ¿Por qué?
Leo lo mira.
    – Porque llevas dos días sin concentrarte lo más mínimo.
    – Pero es porque...
    – ¡Sé porqué es, todos lo sabemos! Escucha, Adrián, esto ya es pasarse. No puedes enamorarte
         de la primera chica que veas por la calle. Y menos si la chica en cuestión es una niña.
    – No es una niña.
    – Tiene trece años, Adrián, déjate de gilipolleces. Madura de una vez. Si no la vuelves a ver,
         habrá más.
    – Pero yo solo...
    – ¡Tú solo, nada! Llámalos y diles que vamos al instituto directos. Ya.
Ya lleva la mitad del camino. Resopla.
El instituto está realmente lejos. Ya no siente los pies. Ya llega una hora y media tarde.
Poco a poco, va reconociendo más las calles. Ya sabe como llegar sin preguntar a viejecitas que
pasean a sus perros.
Una furgoneta negra pasa a su lado. Le recuerda de nuevo a los cinco chicos que conoció hace dos
días. ¿Qué estarán haciendo ahora? Estarán en el instituto.
Cosa que ella no está haciendo.
Se desespera. Cada segundo parece un minuto. Para cuando llegue al instituto, será casi la hora del
recreo.
Dentro de media hora llamará a Almudena o a alguna de sus amigas.
Coge el móvil. Casi da un brinco al ver que tiene veinte mensajes. La mayoría son de sus amigas.
Suelta un gritito al ver que uno es de Ernesto. Lo hubiera leído mil veces si se lo hubiese enviado
ayer, pero ya no quiere hablar con él. Lo borra directamente. Si va a pedirle perdón, quiere tener el
placer de que lo haga delante de toda la clase y en persona.
Abre el primer mensaje. Le preguntan dónde está, que ha habido un examen sorpresa y que si no lo
hacías te bajaban un punto en la evaluación.
Tiene ganas de echarse a llorar. Es el peor día de su vida con diferencia.
Lleva todo el camino mirando por la ventana, deprimido. ¿Leo tiene razón? Sí, puede, ¿o no? Le va
a estallar la cabeza.
Hay una chica castaña, de preciosos ojos verdes en la calle. ¿Es ella? Se estira para verla mujer.
Bufa. Está tan loco que la ve en todos lados.
Sí, Leo tiene razón, esto está yendo demasiado lejos...
¡Por fin! El instituto. Entra corriendo.
Como pensaba, acaba de tocar la campana del recreo. Suspira y enciende el móvil para avisar a sus
amigas de que ha llegado.
    – ¿Dónde estás?
    – En la puerta, ¿podéis venir a abrirme?
    – Claro.
En poco tiempo, todas sus amigas aparecen corriendo. La mayoría vienen vestidas en chandal. Las
mira extrañada.
Le abren la puerta, que no se puede abrir desde fuera, y África entra en el instituto.
    – ¿Qué te ha pasado? Te has saltado tres clases...
    – Lo sé. Es que se me pasó la parada del autobús y he venido andando desde la otra punta de
        la ciudad.
    – Por cierto – dice Almudena abriéndose paso entre todas las chicas – Ernesto...
    – ¡No me hables de ese estúpido!
    – No, pero es que él...
    – ¡No, calla, calla!
    – ¡Pero que él...!
    – En serio, Almudena. Me da igual todo lo que tenga que ver con él hasta que pida perdón.
Ernesto aparece con sus amigos.
    – ¡Que choriza, que se salta las clases! - bromea.
    – Mira niño... - empieza a gritarle África, pero al mirarlo se calla.
    – África – le dice ya más serio – un momento, ¿podéis iros todos?
    – Pero... - todas las amigas de ella se quejan y todos los de él lo insultan mientras se van.
    – Mira, África, yo no quería, ¿vale?
    – ¡Pero es que no te das cuenta! - explota ella.
    – ¿Cuenta de qué? - su voz es dulce, tanto que la chica casi pierde el hilo.
    – No soy tonta, ¿sabes? Sé perfectamente lo que decís de mí tus amiguitos y tú. Sé que no soy
        guapa, pero no es mí culpa... - las lágrimas empiezan a aparecer en sus ojos – ya me basta
        con verlo todos los días, no hace falta que me lo recordéis a todas horas. Sois unos bordes,
        unos inmaduros y unos maleducados, ¡todos! - no quiere llorar, se da la vuelta como
        enfadada y aprovecha para secarse las lágrimas – No sois más que niñatos.
    – Escucha, África, yo lo siento, lo siento mucho.
    – Pues yo no. Te creía mi amigo. Me doy cuenta de que no. Fui imbécil al no verlo antes, todo
        lo que ha pasado ha sido una farsa, todo.
    – No... somos amigos...
    – ¡Pues menuda amistad! - hace una pausa al ver que Ernesto no sabe que contestar. Por
        dentro sonríe pícaramente, ¡por fin consigue protegerse ella sola! - No sé a lo que tú llamas
        amistad, pero yo a esto, lo llamo mierda, no sé si me entiendes.
Se da media vuelta y se aleja del chico. Sus amigas corren hacia ella. Ella ríe, ellas escuchan con
atención el relato.
Los amigos de él se acercan lentamente.
Le dicen algo y Ernesto corre hacia África. Aparta a todas sus amigas.
La coge de la cintura.
Sus amigas sonríen pícaramente.
Los chicos, en cambio, están muy serios.
    – África, lo siento – le dice casi al oído.
Ella ríe.
    – Suéltame.
    – ¿Qué?
Ella mira las manos de él, en la cintura de ella. Él la suelta y mira hacia otro lado.
    – Bueno – dice ahora muy molesto - ¿vas a perdonarme?
    – No – dice determinantemente ella.
Él se da media vuelta y vuelve con sus amigos.
Sus amigas ríen por la escena. África mira fijamente a Ernesto alejarse. ¿Ha estropeado su amistad,
amistad que tanto le ha costado conseguir? No, acabarán perdonándose, lo sabe. Incluso enfadado
con él le gusto. No es normal.
Sonríe.
¿De verdad a Ernesto le ha molestado que ella estuviera enfadada, de verdad la ha cogido de la
cintura, de verdad le ha susurrado al oído? Un escalofrío.
Si no hubiesen estado enfadados, hubiese sido mejor, pero, en cierto modo, ha sido perfecto.
Si no hubieran sido amigos, hubiese sido un sueño.

viernes, 23 de noviembre de 2012

El libro, el piropo y las lágrimas


Entra en clase. Llega tarde de nuevo y vuelve a ser en Lengua. Casi tiene ganas de faltar a esa clase, pero tiene dudas sobre el examen y no quiere quedarse sin regalo de Navidad si no aprueba. Este año piensa pedir un móvil nuevo.
- ¿Se puede? - pregunta con pesadez.
- ¿Qué le pasa últimamente, señorita? - pregunta el profesor.
- No lo sé, profesor... ¿tráfico?
- Bueno, siéntese.
La chica entra en el aula y se detiene de repente. Todas las mesas están colocadas de uno en uno. Hay una mesa vacía en su sitio, pero Ernesto está ahora sentado veinte centímetros más lejos.
Suspira y se sienta.
- Bueno, África, saque su libro de lectura.
Ella se tensa. Suerte que siempre lo lleva encima.
Saca Sinsajo, de Suzanne Collins.
Ernesto la mira de reojo y ella evita sonrojarse y lo consigue haciendo como que busca algo en la mochila.
Cada alumno lee un libro diferente, cada uno sobre un tema, incluso el profesor lo hace. Casi todos disfrutan con esa hora precisa el miércoles a primera, ya que pueden perderse y no deben estar pendientes a nada más.
Pero África se da cuenta de que alguien se está acercando a ella arrastrando la mesa.
Algo asustada, mira a Ernesto, que cada vez que el profesor no mira, acerca más su mesa a la suya. Le sonríe cuando lo consigue. Ella le devuelve la sonrisa con ganas.
-Me amas, ¿real o no? - le dice el chico. Imitando A Peeta en el tercer libro de Los juegos del Hambre.
África siente un escalofrío recorrerle la espalda. Pero no quiere que se note nada. Aunque sus mejillas se vuelven sonrosadas y siente que le arden.
- Real - le contesta, imitando a Katniss. 
- Me encantó ese libro - comenta el chico alegremente.
- Es la tercera vez que me lo leo - dice la chica, presumiendo.
- Vaya... ¿sabes que leer te sienta bien?
- ¿Qué? Ah, ya. Estimula las pocas neuronas que tengo.
- No - dice el chico aguantando la risa - que estás muy guapa cuando lees.
- Ah. - dice ella antes de echarse a reír.
El profesor los mira unos segundos, pero hace la vista gorda.
- No soy guapa, no soy bella. Resplandezco como el sol.
- ¿Te sabes todas las frases del libro?
- Hombre, alguna me tendré que saber si me los he leído todos tres o cuatro veces.
- Vaya...
- Pero de todas maneras, gracias - le dice ella.
- ¿Por qué?
- Por el cumplido.
Él asiente y se muerde un labio. Ella lo mira desconcertada.
- ¿Qué pasa?
- Pues... esto... - Ernesto señala a su grupo de amigos, que ríen en silencio de ella.
- Ellos... ¿te dijeron que me piropeases? - la voz le tiembla ligeramente.
- Sí... pero...
África suelta un gemido y lo mira con asco antes de volver a su libro.
Imbécil, imbécil, imbécil, imbécil.
¿Cómo no ha podido imaginárselo? ¿Qué clase de tonto la llamaría guapa? Ninguno, lo ha visto claro.
Se siente inútil, insulsa y derrotada. A quedado fatal.
Ernesto sonríe pícaramente a sus amigos. ¿Se estará riendo también él, qué pensará de ella ahora?
Pobre estúpida que es, no lo perdonará, no lo hará.
Toca el timbre y sale corriendo del aula siendo el hazmerreír de sus compañero. Todos lo han visto, el ridículo que ha hecho.
Va directa al edificio de la biblioteca del instituto y se encierra en el baño de este. Allí llora desconsoladamente, sola, sin ayuda, sin consuelo.
Cuando se queda sin lágrimas, se mira al espejo. Tiene suerte de no maquillarse nunca, no tiene corrido el lápiz de ojos ni el rímel.
Quizá es eso lo que no les gusta a los chicos de ella.
- ¿Afri? - escucha al otro lado de la puerta.
- Sí - contesta con un hilillo de voz.
- Soy Almudena.
- Ya.
- ¿Puedo pasar?
- No, ya salgo yo.
Se lava la cara y sale al pasillo. Allí solo están Almudena y el resto de sus amigas.
- ¿Qué ha pasado?
 Una de ellas le peina el pelo con una mano.
- Tía, cuando una llora se le estropea el pelo, espera, que te lo arreglo - le quita las dos horquillas que le sujetan dos mechones de pelo de delante hacia detrás y  le cepilla el pelo con su propio cepillo, que siempre tiene en la mochila.
- Los niños... me han dejado en ridículo.
- Oh, vamos, lo han hecho mil veces - dice otra de ellas.
- Razón de más - añade otra, que está de acuerdo con África.
- No, tú no lloras por esas cosas... - dice Almudena pensativa - es algo más...
- ¿Qué es, qué es? - exclama el resto, casi aplastándola.
- Esto...
- ¿Te gusta alguno de los niños? - pregunta una.
África se tensa.
- Sí - dice Almudena - es eso.
Todas sonríen pícaras.
La amiga que la está peinando termina de arreglarle el pelo y la abraza como consuelo.
 - No, no es eso - dice rápidamente para no dejar demasiadas pistas.
- Entonces, ¿qué es?
- Se ha muerto mi abuela...
Todas la miran con pena mientras la abrazan.
- Oh, vamos, no pasa nada... recuerda que te queremos... te ayudaremos... todas lo hemos pasado...
Vuelven a clase y se dividen. Almudena y otras tres entran en su clase y África y cinco más en la suya.
El profesor de dibujo lleva esperándolas veinte minutos.
- ¿Puede saberse el porqué de este enorme retraso?
Una de las chicas se acerca al profesor y le susurra al oído la escusa inventada por África y que ella ha llorado.
- Bueno, en ese caso, sentaros, y, África, siento su pérdida - dice el profesor mientras se dirige a la pizarra. Ellas se sientan, pero todas las miradas están clavadas en esta última. La tímida chica de preciosos ojos verdes en la que nadie se ha fijado nunca.
Al terminar las clases, que se le han hecho escandalosamente pesadas, África se despide de nuevo con un abrazo cariñoso de todas sus amigas.
Tiene que subir la calle, cuesta arriba, para llegar a la parada del autobús.
Ernesto sale al mismo tiempo que ella, pero ni siquiera la mira.
Eso la entristece y la enrabieta más.
Ni siquiera le ha preocupado su enfado.
Tiene una idea y lo adelanta, para hacerse notar.
- ¡África, espera! - le grita el chico.
Ella anda algo más rápido, para que él no consiga alcanzarla, para que eso le moleste. No morirá por un poco de sufrimiento.
- ¡África! - la llama más y más fuerte.
 La persigue unos segundos corriendo, pero la multitud engulle a la chica como una ola y ya no la ve.
- Mierda - murmura para sí.
- Bien - exclama ella, orgullosa de haberle hecho sufrir.
Sigue pensando en ello cuando sube al autobús. Sigue pensando en ello cuando llega a su casa, y también cuando cena incluso aun recuerda los gritos de Ernesto llamándola.
Pobre tonto, no está acostumbrado a que lo rechacen de esa forma. Quizá mañana esté preocupado, puede que incluso enfadado. Eso la haría de algún modo feliz. Quiere insultarlo, echarle todo en cara.
Pero sabe que si en algún momento llegue a pasar algo así, no dirá nada, y será ella a la que echen todo en cara, le griten e insulten. Porque puede, quizá, sea ella la tonta. La tonta enamorada.



Un recuerdo, una canción y locura.


Sigue pensando en ella mientras vuelve a casa. Quiere verla, hablar con ella, volver a escuchar su risa, derretirse con su sonrisa y perderse en sus ojos, aquellos ojos verdes...
Abre la puerta de casa y luego la cierra al entrar.
Deja la mochila junto al sofá. Coge su portátil y entra en tuenti, quizá la encuentra allí. ¿Cómo dijo que se llamaba? Ah, sí, África, ¿cómo olvidar un nombres tan especial?
Pero hay miles de Áfricas en tuenti y no todas tienen de foto principal una en la que se le vea claramente la cara.
¿Facebook?
Nada, imposible. Sin el apellido no consigue nada.
Cierra las ventanas con ambas redes sociales y entra en Youtube.
No consigue quitarse ese nombre de la cabeza. África...
Sin pensarlo, lo ha escrito en la barra de búsquedas. Aparecen varios vídeos, pero lo que más le sorprende es encontrar una canción. Sin escucharla siquiera, la descarga.
Cierra internet y busca la canción, llamada África, entre toda su música. La encuentra. Es de Fernando Castro.
La escucha varias veces.
Es flamenco, parece bastante vieja y no es el tipo de canción que él escucha, pero la etiqueta como favorita y la añade a su lista de reproducción.
Realmente le gusta esa niña. ¿Niña, puede llamarla así? Sí, solo está en segundo.
¿La volverá a ver? Eso espera. ¿Cogerá todos los días el autobús frente a aquella panadería? Hay una parada cerca, eso lo sabe.
Necesito verla. Se desespera y suspira.
El portátil empieza a recalentarse, así que lo apaga.
- África... tú nombre me suena ya a poesía... a luna clara y a luz del día- no puede quitarse esa letra de la cabeza. 
De repente, la puerta se abre y choca contra la pared provocando un enorme estruendo.
Su padre, borracho, entra y se sienta en el sofá sobre su portátil.
Adrián corre para evitar que se duerma sobre el aparato. Su padre no se mueve cuando le pide que lo haga.
- Papá, te has sentado encima de mi portátil.
Su padre le eructa en la cara.
Adrián aguanta las nauseas y haciendo un enorme esfuerzo, saca el portátil de debajo de su padre.
- ¿Te doy asco? - le preguntó su padre.
Adrián lo mira lentamente, con cierta pena.
- No, pero...
- Entonces ¿por qué tienes nauseas? - el hombre está muy borracho.
- Porque hueles a alcohol. 
- Ya, hip, pero... 
- Mira papá, me voy arriba, ¿vale?
- Lo que quieras – dice su padre levantando un brazos. Se tumba en el sofá.
Mientras sube las escaleras, con su mochila a la espalda y el portátil en las manos, su padre vomita violentamente en el suelo.
Adrián se estremece. Lo tendrá que limpiar él.
- Uy, uy, uy – dice el hombre levantándose – tengo que beber más si no quiero que me duela la cabeza demasiado pronto.
- ¡No! - le grita su hijo desde el piso superior. 
Adrián baja corriendo a la cocina y cierra la puerta para que su padre no pueda entrar. 
El hombre lo mira de una manera asesina. Se acerca a él jadeando y lo aparta tirando del cuello de su camiseta. 
- ¡No, papá, no bebas más!
- Déjame, ya, niño.
- Papá, no bebas más, por favor - solloza el chico.
Su padre lo mira de refilón, luego más fijamente. Ve los ojos cristalinos de su hijo y se aparta de la cocina lentamente y se sienta en el sofá para dormir. 
Adrián lo mira unos segundos. 
Cuando su padre empieza a roncar estrepitosamente, suspira. 
- Gracias - dice tristemente. 
Sube las escaleras hasta su cuarto.
Aún tiene nauseas, pero está tan acostumbrado que casi no las siente. 
Se sienta sobre la cama y se tumba boca abajo. 
Vuelve a aparecer en su cabeza la imagen de África. ¿Qué le pasa? No puede gustarle tanto... es exagerado. Tiene una extraña sensación de vacío en el cuerpo. 
Tiene un idea y coge el móvil. 
Busca en su lista de contactos. Teléfono de la banda, aparece como primer nombre de preferidos. 
Llama a ese número. 
- Dime - le contesta Leo. 
- Tengo que pedirte un favor. 




 

jueves, 22 de noviembre de 2012

Una mirada, una sonrisa y el secreto mejor guardado

              
     – Tengo que contarte una cosa... - dice África a Almudena. Ambas sonríen pícaras.
     – Ok. Te espero después de esta clase en la biblioteca – contesta ella antes de que la avalancha
         de compañeros la obliguen a entrar en clase.
África sonríe.
Ella y Almudena eran mejores amigas desde la guardería. Hubo la casualidad de que fueron al
mismo colegio después y pasaron a ser casi hermanas. Desde primero eran inseparables.
Ríe recordando los momentos vividos con su amiga.
Cuando quiere darse cuenta, han cerrado la puerta de su clase y el profesor de Lengua está pasando
lista.
Toca tres veces a la puerta y entra.
     – ¿Se puede? - pregunta con miedo.
     – África, ¿dónde estabas?
     – En el baño profesor.
     – ¿Cuánto tarda usted en el baño, señorita? - es una pregunta retórica. Todos sus compañeros
         ríen por lo bajo. Ella se pone colorada.
     – Profesor... yo...
     – Nada, nada, quédate fuera – dice el hombre con pesadez.
La chica resopla antes de cerrar la puerta.
¡Qué bien empieza el día para ella! Primero no ha podido ni peinarse en condiciones, ni desayunar,
se ha despertado tres cuartos de hora tarde y por culpa de eso ha perdido la primera clase, ¡y están a
finales del primer trimestre! Suspira de nuevo con cansancio y se apoya en la pared.
Piensa de repente que debe de tener el pelo fatal y busca desesperada algún sitio donde pueda ver su
reflejo. Suerte que hay poesías de poetas andaluces por todo el pasillo. Se acerca a la más cercana y
viendo a duras penas la forma de su cara, se peina viendo la sombra de su cabeza en el cristal que
cubre la poesía de Federico García Lorca, El lagarto y la lagarta.
Se sabe la poesía de memoria desde cuarto de primaria, la repasa en su cabeza varias veces hasta
que alguien pasa detrás suya y le dice:
     – Te vas a dejar los ojos – es Ernesto, el chico de ojos azules y pelo negro que lleva
         gustándole desde hace tanto tiempo... Está a punto de perderse en su mirada, pero sacude la
         cabeza y sonríe, él la imita.
Solo llevan siendo amigos desde que empezaron el instituto, aunque llevan juntos desde primero de
primaria.
     – Estaba leyendo – dice.
     – Ya me di cuenta.
Ambos se sonríen antes de entrar en clase.
Desde hace dos años, ir a clase no es tan malo, ya que ahora puede hablar con Ernesto sin que él la
tome por rara o incluso de acoplada.
     – Bueno, África, espero que esto no vuelva a suceder – dice el profesor, que sigue igual de
        antipático que siempre. De hecho, lo único que ha hecho bien, es el haber puesto a toda la
        clase por parejas y a África y a Ernesto juntos.
    – No, profesor.
El hombre asiente.
    – Bueno – sigue hablando mientras ellos dos se sientan – África – la chica deja de mirar a
        Ernesto sentarse y lo mira muy tensa - ¿qué son los sustantivos?
Toda la clase clava la mirada en ella. Siente un escalofrío al notar la mirada del chico a su derecha.
    – Son partes variables de la oración que designan seres, objetos o cosas, profesor – dice ella
        algo asustada.
    – Dime que tipos de sustantivos según su significado.
    – Comunes o propios, concretos y...
    – ¿Cuantos tipos de propios hay?
    – Em... esto... - eso sí que no lo sabe. Ernesto se lo sopla al oído – Topónimos, antropónimos,
        Apellidos y nombres de personas y... nombres históricos.
    – Bien, señorita, al menos estudia, ya es algo.
Ella lo mira con los labios apretados. Odia a ese profesor. Pero el problema es que también odia al
de sociales, al de dibujo, al de tecnología... ¡son todos insoportables!
    – Gracias – le dice por lo bajo a Ernesto.
    – De nada. Oye, no tengo los apuntes de morfología. ¿Los tienes?
    – Sí.
    – Bien, es que se me han perdido.
Ella busca en su archivador. Ya es la cuarta vez consecutiva que comparten los apuntes de
morfología. Él le ha dibujado y escrito tonterías en las hojas (que el profesor les repartió) que
seguramente la distraerán al estudiar, pero no quiere ofenderlo borrándolos y le dan algo con lo que
reforzar su relación.
Por dentro está eufórica, aunque por fuera no lo demuestra. De echo lleva sin demostrarlo dos años,
teniendo su amor en secreto, ni siquiera su mejor amiga lo sabe.
Ernesto dice algo que ella no entiende y luego sonríe, ella ríe.
Se siente confusa. Siempre les pasa eso. Ella no lo escucha, pero lo mira, mira sus ojos, su perfecta
boca... y se pierde. Cuando él deja de hablar, espera su reacción, si le ha pedido algo suele repetirlo,
si ha dicho algún chiste o se ha burlado de alguien sonríe o ríe y si dibuja algo en sus apuntes ambos
ríen cada vez que el profesor se da la vuelta.
Ninguna otra chica de la clase tiene la suerte que tiene ella, se siente muy bien por ello. Pero
también se comporta casi igual, puede que mejor con Almudena, ya que coinciden en música y
dibujo. Asignaturas en las que ellos dos están sentados uno al lado del otro y ella delante. En esos
momentos, siente celos, la rabia, el enfado le queman en las venas, pero sabe que Almudena no está
interesada, al menos de momento. Ya salieron el primer año de instituto, justo cuando a ella le
empezaba a gustar él y lo pasó fatal, aunque en secreto, soportándolo ella sola. A final de curso,
salió con Blanca, otra de sus amigas, lo que le dolió mucho más, ya que él sigue aún muy
enamorado de esa chica, que es por lo menos, un poco más fea que ella. Pero lo peor, lo peor de
todo, es que a principios de este año, Ernesto se peleó con Blanca, casi se odiaban, pero acabaron
saliendo de nuevo. Fue un día muy triste para ella, pero muy romántico. Él la sentó en una silla y le
dijo que la quería, delante de toda la clase. Ella había querido irse corriendo, pero no había podido.
Blanca había aceptado salir con él y se habían besado. África intentó acercarse entonces más a
Blanca para enterarse de todo lo que pasaba entre Ernesto y ella y acabó llevándose incluso muy
bien con ella. Poco después volvieron a cortar.
Ese día fue muy feliz para ella pero horrible para él, ya que seguiría queriéndola profundamente
hasta al menos el final de ese año.
Ahora ella toma apuntes de lo que el profesor dice y Ernesto la mira. Ella intenta no ponerse roja y
mira hacia la ventana o juguetea con su pelo. Se siente algo estúpida, pero tiene que seducirlo de
alguna manera. ¿Qué pensará él? ¿Por qué la mira tan indiscriminadamente?
La campana suena. Ahora toca música.
    – Bien, por fin algo que se me da bien – comento Ernesto mientras ambos recogen sus cosas.
    – Sí – dice ella sonriendo.
Es verdad, ha visto a Ernesto mil veces tocar el piano. Se funde solo de pensarlo o imaginarlo
simplemente.
Normalmente se sentiría mal, pero sabe que no va a ir a clase.
    – Ernesto – le dice cuando están fuera antes de que los amigos de él se les unan - ¿puedes
        decir en clase de música que yo no he venido y que Almudena está mala?
    – ¿Por?
    – No vamos a ir.
    – ¿Por qué? - dice él. No va a tener a nadie con quien hablar.
    – ¡No hay ganas! - dice ella riendo. Él la mira un poco confuso. ¿África, faltando a clases?
    – Qué choriza – dice. Es lo que siempre dice él, suele insultarla con eso.
    – ¡Chorizo tú! - le recrimina ella pegándole en el brazo.
    – ¡Yo no me salto las clases, ni pego!
    – Ya llegará tu hora.
    – ... dijo la muerte – añade él.
Ella ríe a carcajadas mientras se despiden. Almudena está con ella. Van a bajar las escaleras para ir a
la biblioteca cuando se cruzan con la profesora de música.
Ella las mira y ellas la miran.
    – Pensaba que tenía clase con vosotros – dice ella - ¿no es así?
    – Sí profesora, pero...
    – ¡Íbamos al baño! - dice rápidamente Almudena.
    – Hay un baño también en este piso.
    – Ya, pero están todos ocupados...
    – Lo dudo, son las diez y veinticinco ya, todo el mundo está en clase. ¡Venga, venga, a clase! -
        las apresura a subir de nuevo las escaleras.
Mientras entran en clase, Ernesto las mira y empieza a reírse. Ellas lo miran con cierta molestia,
pero acaban riendo con él de nuevo.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Un garaje, una inspiración y la música.


Aparcan delante de la casa de Leo.
- Lo siento, chicos, hoy tendréis que ensayar en el garaje.
- ¿Tus padres están en casa? - pregunta algo asustado Mario.
- No, no creo. Pero si tanto te molesta, puedo comprovarlo.
- No, lo que me preocupa, es que mis padres sepan que hago pellas.
- Oh, vamos, Mario, no es ni la primera ni la última.
- Lo sé, pero...
- Es por una buena causa, puedes verlo así - le dice Guille, que le pasa su guitarra y su amplificador.
- ¿Qué causa? - insiste el chico - ¡Oh, dios!¿Qué voy a decirle a mis padres cuando vuelva?
- No sabes lo irritante que puedes llegar a ser - le dice Leo dándole una colleja.
Alberto golpea el capot de la furgoneta con sus baquetas. Marca un ritmo, Leo quiere hacerlo parar, pero los demás lo detienen, el chico suele tener pequeñas inspiraciones que siempre son buenas para todos.
- Ya tengo el ritmo de la próxima canción - dice unos minutos después, sonriendo alegremente. Da un salto y grita. Todos lo imitan.
Adrián y el golpean los puños, ambos ríen.
- Bueno, vamos - dice con pesadez  Guille.
- Ya va, ya va.
Todos ayudan para coger la batería de Alberto.
Cuando todo está colocado en su sitio, cierran la puerta del garaje y encienden la luz.
Las paredes del garaje de Leo están recubiertas de corcho, para aislar un poco el ruido. Leo enciende su portatil, que siempre lleva consigo y todos cogen sillas y la arrastran hasta donde está él.
Mario coge una más para él. Leo se sienta justo cuando Mario la suelta a su lado, casi parece ensayado.
- ¿Qué tenías pensado para hoy para calentar? - le pregunta el mayor de ellos a Adrián.
- Locked Out Of Heaven de Bruno Mars.
Leo la busca en internet y la pone en youtube, todos asienten.
- Está bien - dice Alberto sentándose a la batería. Leo sube el volumen. Alberto sigue el ritmo de la canción.
- ¿Te sabes la letra? - le pregunta Mario a Adrián mientras conecta su guitarra al amplificador.
El chico asiente, aunque parece distraído.
Leo se le acerca mientras los demás se preparan, le da una palmada en el hombro.
- Concéntrate, tendrás toda esta noche para soñar guarradas con esa niña - le dice. Se echa a reír.
- Eres asqueroso.
- Lo sé. Pero concéntrate - dice más seriamente.
Adrián asiente y pone el video desde el principio, Alberto sigue tocando, él tararea la canción y Guille y Mario afinan sus instrumentos.
Busca los acordes para guitarra electrónica en su página de siempre. Siempre encuentra lo que busca.
Busca en su mochila un cuadernillo y arranca dos hojas para escribir los acordes para los guitarristas.
No tarda más de diez minutos. Mientras tanto, sus amigos ya tienen la canción en la cabeza, están listos para tocar.
Cierra la segunda ventana y pone la canción de nuevo a volumen medio.
Se coloca delante de sus tres amigos, Leo enciende su cámara y graba todo.
Alberto cuenta hasta tres mientras golpea sus baquetas una contra otra y la música inunda el garaje.
 Adrián cierra los ojos. Concentración... concentración... Ya tiene la letra en la cabeza, empieza a cantar. La música lo invade como una ola, ola que lo arrastra hasta lo más profundo del mar. Ahora están en un escenario, todo va bien. Abre los ojos.
Leo sonríe y lo graba en primer plano unos segundos antes de volver a grabarlos a todos juntos de nuevo.
Ese video irá directo a su canal de youtube y a todos los comentarios que escribirá en los perfiles en twitter de discográficas del país.

 

sábado, 17 de noviembre de 2012

La panadería, el dulce y ella.


La furgoneta negra de cristales tintados de negro se detuvo frente a la panadería.
Adrián baja corriendo del automóvil y corre hasta el interior de la tienda para protegerse de la lluvia que los molesta desde hace tres días y les ha fastidiado el fin de semana.
- Este chico siempre tiene hambre - dice Leo encendiendo la radio. Ponen su canción favorita. El chico le sube el volumen y canta todo lo fuerte que puede
1 With A Bullet , de 2Pac. 
El resto mira hacia la panadería, esperando con ansia a su amigo para poder seguir su camino.
Una chica corre hasta estar debajo del toldo de la panadería para no mojarse. Se quita la capucha de la cara. Todos pegan la cara a las ventanas para verla mejor.
Adrián sale entonces de la panadería con un dulce envuelto en papel color beige.
- Hola - le dice sonriendo.
Ella ríe.
- Hola - contesta algo confusa.
- Adiós.
- Adiós - repite ella antes de volver a reír.
Adrián corre al interior de la furgoneta.
- ¿La vistéis? - les pregunta a los demás.
- Sí - todos sonríen picaros al ver su cara de atontado al mirarla.
-  Tiene una sonrisa preciosa y su risa... su risa es...
- Ahora mismo no parece muy contenta - señala uno de ellos. Todos la miran de nuevo.
Efectivamente, parece gritarle a alguien por su teléfono móvil. Después de unos minutos más así, guarda el móvil con enfado.
Sin pensarlo dos veces, Adrián sale de la furgoneta y corre junto a la chica.
Leo tiene que frenar repentinamente porque estaba arrancando cuando el chico saltó del automóvil en marcha.
- ¡Voy a matarlo! - asegura enfadado y asustado.
Adrián se acerca y la saluda de nuevo. Ella contesta un poco más arisca.
- No he podido evitar ver que estás enfadada - le dice. Ella asiente - ¿Puedo saber porqué?
Ella lo mira sin saber si contestarle o no, no lo conoce. 
-Mi padre no puede llevarme al instituto y ya voy tarde y... no tengo dinero para el autobús - dice finalmente.
-¿Puedo ofrecerme a llevarte?
-¿Lo dices en serio?
-Sí.
-¿De verdad? - la chica no cabe en su asombro.
Él asiente y ella sonríe ampliamente. Rebosa felicidad y alivio. Él no puede evitar imitarla. Está totalmente hipnotizado.
Él corre a la furgoneta y ella lo sigue sin dejar de estar sorprendida.
La hace pasar. Se lleva un enorme susto al ver que allí hay cuatro chicos más.
- Hola - saluda con timidez.
- Hola - la imitan de la misma forma los ellos.
Adrián le señala un asiento libre y ella se sienta, él se sienta a su lado.
- ¿Dónde está tu instituto?
- En el centro... es complicado llegar en coche... - dice ella mordiéndose un labio. Adrián tiene que esforzarse por no lanzarse a sus brazos al verla.
- Nuestro chofer conoce la ciudad como la palma de su mano, sabrá como llegar- bromea uno de ellos.
- ¡La próxima vez que me llames chofer te meto la cabeza por...!
- ¡Calla, chofer, hay una dama delante! - lo interrumpe el mismo de antes.
Uno de los chicos, que está concentrado en su teléfono móvil ríe. Una leve risa en la que nadie se fijo, nadie salvo la chica.
- Bueno, ¿cuál es tu instituto? - se apresura a preguntar Adrián.
Después de indicarle la dirección del instituto, por fin arrancan. Ella suspira aliviada y sonríe. Todos lo hacen, adorando esa sonrisa.
Se hace un silencio incómodo entre ellos hasta que ella lo rompe:
- Esto... ¿cómo os llamáis? - dice divertida.
- Alberto - dice uno rápidamente, es el que se había metido con el chico que conducía.
- Mario - dice el chico aún concentrado en su móvil.
- Guille - dice uno de ellos que está mirando por la ventana, ella no puede evitar perderse en sus preciosos ojos azules. Alberto se da cuenta y habla:
- El simpático chico que te ofreció su ayuda es Adrián.
Él la mira y ella lo mira. Vuelve a sonreír como señal de gratitud.
- Y el chofer no es otro que Leo.
- No me llames chofer, que como me dé por dar un giro brusco sales despedido por la ventana.
Mario vuele a reír por lo bajo.
- ¿Y tú, cómo te llamas?
- África.
Adrián la mira pasmado. África. A pesar de ser un nombre español, es la primera vez que lo escucha en una persona.
- ¿Te van bien los estudios? - le pregunta Leo.
- Sí, bueno, yo lo intento, pero tengo muchas actividades...
- ¿Qué clase de actividades? - la interrumpe Adrián.
En lugar de parecer molesta, ríe ante la curiosidad del chico.
- Canto en un coro.
- ¡En un coro! ¿De verdad?
- Sí - sonríe mostrando sus blanquísimos dientes - uy, el instituto - dice viéndolo desde la ventana.
Leo se para para dejarla bajar.
- ¿En qué curso estás? - pregunta Guille.
- En segundo.
Todos ponen mala cara unos segundos o se tensan. Adrián sigue mirándola, prendado.
- Bueno... - empieza a decir ella mientras se aleja unos pasos.
- ¡No, espera! - la detiene Adrián - ¿Tienes hambre?
- Pues no he desayunado hoy...
- Espera - se gira y coge la palmera que ha comprado veinte minutos antes y se la tiende - toma.
- Yo... no...
- Cógela.
- Pero...
Él asiente, para convencerla y después de varios segundos de pensárselo, la coge lentamente.
- ¿Gracias? - dice ella aún confusa.
- De nada.
- A-adiós.
- Adiós, hasta pronto.
Ella se aleja y entra en el instituto.
Alberto tiene que empujarlo dentro de la furgoneta para poder cerrar la puerta porque su amigo no deja de mirar a la chica marcharse.
Adrián se sienta pesadamente en su asiento.
- Es perfecta - dice con la mirada perdida.
- Sí, y también es una cría.
- No lo es.
- Adrián, está en segundo de la eso y tú en segundo de bachiller - le dice Guille - te aseguro que no es fácil. Yo he tenido muchas relaciones así.
Pero él no hace caso. Está demasiado concentrado en ella, en su forma de reír, esa maravillosa sonrisa y sus ojos, sus ojos verdes, en los que se ha perdido cada vez que la ha mirado.

Respuestas al aire ღ

PERSONAJES: 
Mario
 Es el guitarrista. Es gracioso cuando lo conoces, pero si no es exageradamente tímido y muy patoso.
Es el tipo de persona que te ayuda cuando menos te lo esperas.
Tiene los ojos color verde oscuro y el pelo castaño oscuro casi negro  siempre despeinado.
Lo mejor de él es su sonrisa. Tiene 14 años.

 Alberto.
Es el batería. El mejor amigo del protagonista.  Un personaje importante.
Siempre tiene algo que contar y alguna broma que gastar. El más extrovertido.
Tiene los ojos azules y el pelo negro.
Tiene 16 años y medio.
 Guille.
Toca la guitarra, no canta nada bien.
Es el primo de Alberto.
Es el más atlético de todos, el guapo. Pero esconde una personalidad sensible por dentro. Esconde muchos secretos.
Tiene los ojos azules y el pelo castaño.
Tiene 16 años.
 Esteban.
No es de la banda. 
Es el novio de Elisa.
Tiene los ojos marrones claro y el pelo castaño con algunos mechones rubios.
Esconde su verdadera forma de ser bajo una apariencia indiferente.
Tiene 17 años.
 Adrián.
Es el protagonista, el cantante del grupo.
Convive con su padre a duras penas.
Tiene los ojos marrones o verdes,nadie consigue realmente decir de qué color los tiene. Es castaño.
Tiene 17 años, aunque es bajo para su edad.

 Leo.
Se ocupa de que la banda tenga todo lo que necesita. Es el que conduce la furgoneta que los lleva a todos sitios. Sin él no habría banda.
Tiene los ojos marrones oscuro y el pelo castaño con mechas negras.
Tiene 18 años. 
 Almudena.
La mejor amiga de la protagonista. Es algo bipolar en lo que se refiere a forma de ser.
Tiene los ojos negros o marrones oscuro y el pelo castaño y largo.

Tiene catorce años.
 Lidia.
 Siempre consigue lo que quiere. Le gusta fastidiar a África, de la cual es hermana.
Se llevan mal, pero en algunos momentos son inseparables.
Tiene los ojos azules y el pelo castaño claro. Es muy alta.
Tiene 19 años.
 Elena.
Es la prima de Esteban y de Blanca, aunque las familias de estos dos, apenas se conocen.
Tiene los ojos verdes y el pelo castaño con un tono rojo oscuro.
Tiene 15 años. 
 Elisa.
Es la mejor amiga de Lidia desde siempre. Se llevan bien, incluso demasiado bien.
Es la novia de Esteban.
Tiene los ojos marrones y el pelo rubio oscuro, rubio ceniza.
Tiene 19 años.
 África.
La protagonista.
Su hermana es Lidia y su mejor amiga Almudena.
Es muy tímida y nunca está contenta consigo misma. Se considera fea y no le gusta la idea de que nunca a tenido novio. Los chicos de su clase la llaman fea a sus espaldas.
Tiene 14 años.

Blanca : Es muy sincera. Tanto que ni siquiera piensa antes de hablar. Está locamente enamorada de Leo. Ha repetido varias veces.
Tiene los ojos marrones y el pelo castaño muy claro con reflejos rubios. Le encantan sus largísimas pestañas.
Tiene 16 años





Ernesto:Tiene 15 años, y África está enamorada de él. Es simpático, pero no está interesado en ella del mismo modo que ella en él.Será el competidor de          Adrián.







Maite:
Tiene diecinueve años.
Está estudiando psicología. Es superdotada.
Conocerá a Adrián y lo ayudará a tomar sus decisiones, es un personaje importante.
Es castaña, sus ojos son marrones y viste muy bien.








Mª del Mar:
Es la más tímida de las amigas de África, aunque finalmente, acabará convirtiéndose en la mejor amiga de esta.
Es castaña, tiene ojos marrones.

                                         
            Claudia:

                                                                

Conoce inesperadamente a Adrián, lo que cambia un poco toda la situación amorosa del chico.
Es un año mayor que él. Tiene unos ojos grises verdosos muy grades y roza la perfección en todo lo que hace. La chica perfecta.