miércoles, 28 de noviembre de 2012

Un enfado, una larga espera y el sueño perfecto.

                     
Se mira al espejo.
No, las trenzas no le quedan mal, pero... ¿la hacen demasiado infantil? Sí, es eso.
Se suelta el pelo de nuevo. Mira la hora.
No le da tiempo a peinarse siquiera.
Sin pensarlo, se hace una coleta alta.
Coge la mochila y sale corriendo de su cuarto. Poco después, de la casa.
Baja la calle y llega a la panadería.
El recuerdo de esos cinco chicos se le viene a la cabeza. Los había olvidado completamente.
Sonríe.
Ese tal Guille, era realmente guapo, y Mario era muy tímido, aunque tenía una risa adorable... Sí,
bueno, cada uno tenía sus pros y sus contras.
Mira de nuevo la hora.
El autobús está llegando a la parada que hay frente a la panadería. No le da tiempo a comprar su
desayuno.
Suspira y corre hasta la parada. Sube al autobús.
Leo frena lentamente delante de la panadería.
Son las siete y media, una hora perfecta para coger el autobús si vas al instituto.
África debe de estar al llegar.
Tararea la canción con el mismo nombre mientras Leo baja de la furgoneta y va a la panadería a
comprar algo que lo despierte. ¿Venderán café? Bueno, le da igual, todo con tal de no dormirse...
Adrián le ha pedido que lo recogiese en su casa a las siete y veinte para esperar a la niña con la que
el chico lleva soñando día y noche.
Adrián bosteza. Él tampoco a dormido, a dormido menos incluso que Leo, está seguro de ello.
Acaba de arrancar un autobús. Lo mira.
¿Y si ella está en ese autobús? No, no. Pero y si... ¡No, no, no!
Sacude la cabeza. Leo no ha hecho el esfuerzo de levantarse a las seis y media para nada.
Se sienta en un de los asientos dobles más cercanos a la puerta trasera del autobús.
El conductor enciende la radio. Bien, algo de relajación por fin.
Suena, Payphone, de Maroon 5.
Sonríe. Le encanta esa canción.
De repente, piensa en el libro que está leyendo.
Ahora mismo, está leyendo el capítulo en el que el chico del pan y Katniss se están besando
después de salir del interior de las cloacas y de haber escapado de los mutos de su enemigo, el
presidente.
Le encanta esa parte. Quiere leer.
Abre la mochila y busca el libro.
No está.
No es posible. TIENE que estar ahí, no lo ha movido.
¡O se lo dejó ayer en el instituto! Es posible. Tiene que controlarse para no gritar en el autobús.
Le ha costado mucho que sus padres lo comprasen solo para ella, ya que su hermana también lo
quería leer. Ahora no puede perderlo...
Rebusca desesperada en su mochila.
El libro el voluminoso, si no lo ha visto es que realmente no está.
Todo el mundo la mira.
Ella saca la cabeza de la mochila y se sonroja. Siempre le toca a ella ser la que hace el ridículo.
¿Dónde lo habrá dejado? En clase de lengua, está casi segura. Pero ¿quién lo ha cogido o... lo han
cogido? Espera desesperadamente que el profesor lo haya cogido y guardado para dárselo hoy.
Suspira.
Mira lo la ventana y se sienta en la ventana que está más cerca de esta. La canción sigue
escuchándose. La canta en su cabeza, es seguramente su canción favorita.
Empieza a recordar que no tiene los deberse hechos. Saca la agenda y lee la tonelada de trabajos,
exámenes que estudiar y ejercicios que se le han acumulado a lo largo de esta semana y la pasada.
Lucha por no ponerse a llorar. Si no lo termina todo en el autobús no podrá aprobar la mayoría de
las asignaturas que tiene pendientes. Y tiene bastantes. ¿Por qué todo se le da mal?
Otro suspiro.
Saca cualquier libreta y hace algún que otro ejercicio. Tiene deberes para todas las asignaturas, es
horrible.
Bien, ha terminado naturales.
Matemáticas.
Lengua.
Sociales.
Cuando quiere darse cuenta, la conductora del autobús le está pidiendo que pague el transbordo.
    – Pero yo ya lo he pagado... - dice la chica algo confusa.
    – Sí. Pero hemos llegado al final del trayecto.
    – ¡¿Qué?!
    – El final del trayecto...
    – ¡Gracias por avisarme, señora! - le dice antes de correr fuera del autobús.
¿Dónde está? ¿Dónde está el instituto? Mira el reloj. Hace media hora que tendría que estar en
clase. Y eso que hoy a madrugado.
Se muerde el labio y suelta un improperio.
Suerte que en la parada del autobús hay un mapa. Se sitúa.
Para llegar andando al instituto... ¡tiene que cruzar casi media ciudad! ¿Cómo a podido distraerse
tanto?
Corre hasta el paso de peatones. La mochila le pesa una inmensidad, pero el sueño se ha
desvanecido con una facilidad asombrosa después del susto.
Solo tiene que buscar un autobús que la deje cerca del instituto.
Por un momento piensa volver a subir al mismo autobús que antes, pero ya se ha ido.
Verdaderamente, es imbécil, ya lo tiene muy claro.
Hace media hora que son las ocho y cuarto. ¿Habrá ido en coche? ¿Y si la ha llevado otro chico?
Se tortura a sí mismo.
Sus amigos no paran de llamarlos al móvil, no han ido a recogerlos.
    – Mira, Adrián, tengo que ir a por ellos... - le dice Leo, algo cabreado.
    – Pero... ¿y si viene?
    – No creo que vaya a venir ya.
    – Pero...
    – ¡Bueno, pues si quieres te quedas aquí, pero yo me voy! - le grita su amigo desde el asiento
         del conductor.
Por un momento, Adrián siente el miedo recorrerle el cuerpo. Nunca Leo se ha enfadado con él. No
parecía Leo, parecía su padre, su padre borracho.
El mayor de los dos deja de gritarle cuando ve que Adrián está temblado.
    – ¿Qué vas a hacer? - le pregunta aún con rencor.
    – Nada, lo siento. Vamos a por los demás.
Leo arranca la furgoneta. La batería de Alberto suena en el maletero.
    – ¿Estás enfadado? - le pregunta Adrián.
    – No.
    – Pues lo parecías.
    – Es que me desesperas, Adrián.
    – Lo siento.
    – No pasa nada.
Se sonríen. Todo vuelve a la normalidad, aunque Adrián sigue algo tenso.
    – Llámalos. Diles que vamos camino del instituto.
    – ¿No vamos a ensayar?
    – No podemos.
    – ¿Por qué?
Leo lo mira.
    – Porque llevas dos días sin concentrarte lo más mínimo.
    – Pero es porque...
    – ¡Sé porqué es, todos lo sabemos! Escucha, Adrián, esto ya es pasarse. No puedes enamorarte
         de la primera chica que veas por la calle. Y menos si la chica en cuestión es una niña.
    – No es una niña.
    – Tiene trece años, Adrián, déjate de gilipolleces. Madura de una vez. Si no la vuelves a ver,
         habrá más.
    – Pero yo solo...
    – ¡Tú solo, nada! Llámalos y diles que vamos al instituto directos. Ya.
Ya lleva la mitad del camino. Resopla.
El instituto está realmente lejos. Ya no siente los pies. Ya llega una hora y media tarde.
Poco a poco, va reconociendo más las calles. Ya sabe como llegar sin preguntar a viejecitas que
pasean a sus perros.
Una furgoneta negra pasa a su lado. Le recuerda de nuevo a los cinco chicos que conoció hace dos
días. ¿Qué estarán haciendo ahora? Estarán en el instituto.
Cosa que ella no está haciendo.
Se desespera. Cada segundo parece un minuto. Para cuando llegue al instituto, será casi la hora del
recreo.
Dentro de media hora llamará a Almudena o a alguna de sus amigas.
Coge el móvil. Casi da un brinco al ver que tiene veinte mensajes. La mayoría son de sus amigas.
Suelta un gritito al ver que uno es de Ernesto. Lo hubiera leído mil veces si se lo hubiese enviado
ayer, pero ya no quiere hablar con él. Lo borra directamente. Si va a pedirle perdón, quiere tener el
placer de que lo haga delante de toda la clase y en persona.
Abre el primer mensaje. Le preguntan dónde está, que ha habido un examen sorpresa y que si no lo
hacías te bajaban un punto en la evaluación.
Tiene ganas de echarse a llorar. Es el peor día de su vida con diferencia.
Lleva todo el camino mirando por la ventana, deprimido. ¿Leo tiene razón? Sí, puede, ¿o no? Le va
a estallar la cabeza.
Hay una chica castaña, de preciosos ojos verdes en la calle. ¿Es ella? Se estira para verla mujer.
Bufa. Está tan loco que la ve en todos lados.
Sí, Leo tiene razón, esto está yendo demasiado lejos...
¡Por fin! El instituto. Entra corriendo.
Como pensaba, acaba de tocar la campana del recreo. Suspira y enciende el móvil para avisar a sus
amigas de que ha llegado.
    – ¿Dónde estás?
    – En la puerta, ¿podéis venir a abrirme?
    – Claro.
En poco tiempo, todas sus amigas aparecen corriendo. La mayoría vienen vestidas en chandal. Las
mira extrañada.
Le abren la puerta, que no se puede abrir desde fuera, y África entra en el instituto.
    – ¿Qué te ha pasado? Te has saltado tres clases...
    – Lo sé. Es que se me pasó la parada del autobús y he venido andando desde la otra punta de
        la ciudad.
    – Por cierto – dice Almudena abriéndose paso entre todas las chicas – Ernesto...
    – ¡No me hables de ese estúpido!
    – No, pero es que él...
    – ¡No, calla, calla!
    – ¡Pero que él...!
    – En serio, Almudena. Me da igual todo lo que tenga que ver con él hasta que pida perdón.
Ernesto aparece con sus amigos.
    – ¡Que choriza, que se salta las clases! - bromea.
    – Mira niño... - empieza a gritarle África, pero al mirarlo se calla.
    – África – le dice ya más serio – un momento, ¿podéis iros todos?
    – Pero... - todas las amigas de ella se quejan y todos los de él lo insultan mientras se van.
    – Mira, África, yo no quería, ¿vale?
    – ¡Pero es que no te das cuenta! - explota ella.
    – ¿Cuenta de qué? - su voz es dulce, tanto que la chica casi pierde el hilo.
    – No soy tonta, ¿sabes? Sé perfectamente lo que decís de mí tus amiguitos y tú. Sé que no soy
        guapa, pero no es mí culpa... - las lágrimas empiezan a aparecer en sus ojos – ya me basta
        con verlo todos los días, no hace falta que me lo recordéis a todas horas. Sois unos bordes,
        unos inmaduros y unos maleducados, ¡todos! - no quiere llorar, se da la vuelta como
        enfadada y aprovecha para secarse las lágrimas – No sois más que niñatos.
    – Escucha, África, yo lo siento, lo siento mucho.
    – Pues yo no. Te creía mi amigo. Me doy cuenta de que no. Fui imbécil al no verlo antes, todo
        lo que ha pasado ha sido una farsa, todo.
    – No... somos amigos...
    – ¡Pues menuda amistad! - hace una pausa al ver que Ernesto no sabe que contestar. Por
        dentro sonríe pícaramente, ¡por fin consigue protegerse ella sola! - No sé a lo que tú llamas
        amistad, pero yo a esto, lo llamo mierda, no sé si me entiendes.
Se da media vuelta y se aleja del chico. Sus amigas corren hacia ella. Ella ríe, ellas escuchan con
atención el relato.
Los amigos de él se acercan lentamente.
Le dicen algo y Ernesto corre hacia África. Aparta a todas sus amigas.
La coge de la cintura.
Sus amigas sonríen pícaramente.
Los chicos, en cambio, están muy serios.
    – África, lo siento – le dice casi al oído.
Ella ríe.
    – Suéltame.
    – ¿Qué?
Ella mira las manos de él, en la cintura de ella. Él la suelta y mira hacia otro lado.
    – Bueno – dice ahora muy molesto - ¿vas a perdonarme?
    – No – dice determinantemente ella.
Él se da media vuelta y vuelve con sus amigos.
Sus amigas ríen por la escena. África mira fijamente a Ernesto alejarse. ¿Ha estropeado su amistad,
amistad que tanto le ha costado conseguir? No, acabarán perdonándose, lo sabe. Incluso enfadado
con él le gusto. No es normal.
Sonríe.
¿De verdad a Ernesto le ha molestado que ella estuviera enfadada, de verdad la ha cogido de la
cintura, de verdad le ha susurrado al oído? Un escalofrío.
Si no hubiesen estado enfadados, hubiese sido mejor, pero, en cierto modo, ha sido perfecto.
Si no hubieran sido amigos, hubiese sido un sueño.

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