viernes, 23 de noviembre de 2012

El libro, el piropo y las lágrimas


Entra en clase. Llega tarde de nuevo y vuelve a ser en Lengua. Casi tiene ganas de faltar a esa clase, pero tiene dudas sobre el examen y no quiere quedarse sin regalo de Navidad si no aprueba. Este año piensa pedir un móvil nuevo.
- ¿Se puede? - pregunta con pesadez.
- ¿Qué le pasa últimamente, señorita? - pregunta el profesor.
- No lo sé, profesor... ¿tráfico?
- Bueno, siéntese.
La chica entra en el aula y se detiene de repente. Todas las mesas están colocadas de uno en uno. Hay una mesa vacía en su sitio, pero Ernesto está ahora sentado veinte centímetros más lejos.
Suspira y se sienta.
- Bueno, África, saque su libro de lectura.
Ella se tensa. Suerte que siempre lo lleva encima.
Saca Sinsajo, de Suzanne Collins.
Ernesto la mira de reojo y ella evita sonrojarse y lo consigue haciendo como que busca algo en la mochila.
Cada alumno lee un libro diferente, cada uno sobre un tema, incluso el profesor lo hace. Casi todos disfrutan con esa hora precisa el miércoles a primera, ya que pueden perderse y no deben estar pendientes a nada más.
Pero África se da cuenta de que alguien se está acercando a ella arrastrando la mesa.
Algo asustada, mira a Ernesto, que cada vez que el profesor no mira, acerca más su mesa a la suya. Le sonríe cuando lo consigue. Ella le devuelve la sonrisa con ganas.
-Me amas, ¿real o no? - le dice el chico. Imitando A Peeta en el tercer libro de Los juegos del Hambre.
África siente un escalofrío recorrerle la espalda. Pero no quiere que se note nada. Aunque sus mejillas se vuelven sonrosadas y siente que le arden.
- Real - le contesta, imitando a Katniss. 
- Me encantó ese libro - comenta el chico alegremente.
- Es la tercera vez que me lo leo - dice la chica, presumiendo.
- Vaya... ¿sabes que leer te sienta bien?
- ¿Qué? Ah, ya. Estimula las pocas neuronas que tengo.
- No - dice el chico aguantando la risa - que estás muy guapa cuando lees.
- Ah. - dice ella antes de echarse a reír.
El profesor los mira unos segundos, pero hace la vista gorda.
- No soy guapa, no soy bella. Resplandezco como el sol.
- ¿Te sabes todas las frases del libro?
- Hombre, alguna me tendré que saber si me los he leído todos tres o cuatro veces.
- Vaya...
- Pero de todas maneras, gracias - le dice ella.
- ¿Por qué?
- Por el cumplido.
Él asiente y se muerde un labio. Ella lo mira desconcertada.
- ¿Qué pasa?
- Pues... esto... - Ernesto señala a su grupo de amigos, que ríen en silencio de ella.
- Ellos... ¿te dijeron que me piropeases? - la voz le tiembla ligeramente.
- Sí... pero...
África suelta un gemido y lo mira con asco antes de volver a su libro.
Imbécil, imbécil, imbécil, imbécil.
¿Cómo no ha podido imaginárselo? ¿Qué clase de tonto la llamaría guapa? Ninguno, lo ha visto claro.
Se siente inútil, insulsa y derrotada. A quedado fatal.
Ernesto sonríe pícaramente a sus amigos. ¿Se estará riendo también él, qué pensará de ella ahora?
Pobre estúpida que es, no lo perdonará, no lo hará.
Toca el timbre y sale corriendo del aula siendo el hazmerreír de sus compañero. Todos lo han visto, el ridículo que ha hecho.
Va directa al edificio de la biblioteca del instituto y se encierra en el baño de este. Allí llora desconsoladamente, sola, sin ayuda, sin consuelo.
Cuando se queda sin lágrimas, se mira al espejo. Tiene suerte de no maquillarse nunca, no tiene corrido el lápiz de ojos ni el rímel.
Quizá es eso lo que no les gusta a los chicos de ella.
- ¿Afri? - escucha al otro lado de la puerta.
- Sí - contesta con un hilillo de voz.
- Soy Almudena.
- Ya.
- ¿Puedo pasar?
- No, ya salgo yo.
Se lava la cara y sale al pasillo. Allí solo están Almudena y el resto de sus amigas.
- ¿Qué ha pasado?
 Una de ellas le peina el pelo con una mano.
- Tía, cuando una llora se le estropea el pelo, espera, que te lo arreglo - le quita las dos horquillas que le sujetan dos mechones de pelo de delante hacia detrás y  le cepilla el pelo con su propio cepillo, que siempre tiene en la mochila.
- Los niños... me han dejado en ridículo.
- Oh, vamos, lo han hecho mil veces - dice otra de ellas.
- Razón de más - añade otra, que está de acuerdo con África.
- No, tú no lloras por esas cosas... - dice Almudena pensativa - es algo más...
- ¿Qué es, qué es? - exclama el resto, casi aplastándola.
- Esto...
- ¿Te gusta alguno de los niños? - pregunta una.
África se tensa.
- Sí - dice Almudena - es eso.
Todas sonríen pícaras.
La amiga que la está peinando termina de arreglarle el pelo y la abraza como consuelo.
 - No, no es eso - dice rápidamente para no dejar demasiadas pistas.
- Entonces, ¿qué es?
- Se ha muerto mi abuela...
Todas la miran con pena mientras la abrazan.
- Oh, vamos, no pasa nada... recuerda que te queremos... te ayudaremos... todas lo hemos pasado...
Vuelven a clase y se dividen. Almudena y otras tres entran en su clase y África y cinco más en la suya.
El profesor de dibujo lleva esperándolas veinte minutos.
- ¿Puede saberse el porqué de este enorme retraso?
Una de las chicas se acerca al profesor y le susurra al oído la escusa inventada por África y que ella ha llorado.
- Bueno, en ese caso, sentaros, y, África, siento su pérdida - dice el profesor mientras se dirige a la pizarra. Ellas se sientan, pero todas las miradas están clavadas en esta última. La tímida chica de preciosos ojos verdes en la que nadie se ha fijado nunca.
Al terminar las clases, que se le han hecho escandalosamente pesadas, África se despide de nuevo con un abrazo cariñoso de todas sus amigas.
Tiene que subir la calle, cuesta arriba, para llegar a la parada del autobús.
Ernesto sale al mismo tiempo que ella, pero ni siquiera la mira.
Eso la entristece y la enrabieta más.
Ni siquiera le ha preocupado su enfado.
Tiene una idea y lo adelanta, para hacerse notar.
- ¡África, espera! - le grita el chico.
Ella anda algo más rápido, para que él no consiga alcanzarla, para que eso le moleste. No morirá por un poco de sufrimiento.
- ¡África! - la llama más y más fuerte.
 La persigue unos segundos corriendo, pero la multitud engulle a la chica como una ola y ya no la ve.
- Mierda - murmura para sí.
- Bien - exclama ella, orgullosa de haberle hecho sufrir.
Sigue pensando en ello cuando sube al autobús. Sigue pensando en ello cuando llega a su casa, y también cuando cena incluso aun recuerda los gritos de Ernesto llamándola.
Pobre tonto, no está acostumbrado a que lo rechacen de esa forma. Quizá mañana esté preocupado, puede que incluso enfadado. Eso la haría de algún modo feliz. Quiere insultarlo, echarle todo en cara.
Pero sabe que si en algún momento llegue a pasar algo así, no dirá nada, y será ella a la que echen todo en cara, le griten e insulten. Porque puede, quizá, sea ella la tonta. La tonta enamorada.



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