viernes, 23 de noviembre de 2012

Un recuerdo, una canción y locura.


Sigue pensando en ella mientras vuelve a casa. Quiere verla, hablar con ella, volver a escuchar su risa, derretirse con su sonrisa y perderse en sus ojos, aquellos ojos verdes...
Abre la puerta de casa y luego la cierra al entrar.
Deja la mochila junto al sofá. Coge su portátil y entra en tuenti, quizá la encuentra allí. ¿Cómo dijo que se llamaba? Ah, sí, África, ¿cómo olvidar un nombres tan especial?
Pero hay miles de Áfricas en tuenti y no todas tienen de foto principal una en la que se le vea claramente la cara.
¿Facebook?
Nada, imposible. Sin el apellido no consigue nada.
Cierra las ventanas con ambas redes sociales y entra en Youtube.
No consigue quitarse ese nombre de la cabeza. África...
Sin pensarlo, lo ha escrito en la barra de búsquedas. Aparecen varios vídeos, pero lo que más le sorprende es encontrar una canción. Sin escucharla siquiera, la descarga.
Cierra internet y busca la canción, llamada África, entre toda su música. La encuentra. Es de Fernando Castro.
La escucha varias veces.
Es flamenco, parece bastante vieja y no es el tipo de canción que él escucha, pero la etiqueta como favorita y la añade a su lista de reproducción.
Realmente le gusta esa niña. ¿Niña, puede llamarla así? Sí, solo está en segundo.
¿La volverá a ver? Eso espera. ¿Cogerá todos los días el autobús frente a aquella panadería? Hay una parada cerca, eso lo sabe.
Necesito verla. Se desespera y suspira.
El portátil empieza a recalentarse, así que lo apaga.
- África... tú nombre me suena ya a poesía... a luna clara y a luz del día- no puede quitarse esa letra de la cabeza. 
De repente, la puerta se abre y choca contra la pared provocando un enorme estruendo.
Su padre, borracho, entra y se sienta en el sofá sobre su portátil.
Adrián corre para evitar que se duerma sobre el aparato. Su padre no se mueve cuando le pide que lo haga.
- Papá, te has sentado encima de mi portátil.
Su padre le eructa en la cara.
Adrián aguanta las nauseas y haciendo un enorme esfuerzo, saca el portátil de debajo de su padre.
- ¿Te doy asco? - le preguntó su padre.
Adrián lo mira lentamente, con cierta pena.
- No, pero...
- Entonces ¿por qué tienes nauseas? - el hombre está muy borracho.
- Porque hueles a alcohol. 
- Ya, hip, pero... 
- Mira papá, me voy arriba, ¿vale?
- Lo que quieras – dice su padre levantando un brazos. Se tumba en el sofá.
Mientras sube las escaleras, con su mochila a la espalda y el portátil en las manos, su padre vomita violentamente en el suelo.
Adrián se estremece. Lo tendrá que limpiar él.
- Uy, uy, uy – dice el hombre levantándose – tengo que beber más si no quiero que me duela la cabeza demasiado pronto.
- ¡No! - le grita su hijo desde el piso superior. 
Adrián baja corriendo a la cocina y cierra la puerta para que su padre no pueda entrar. 
El hombre lo mira de una manera asesina. Se acerca a él jadeando y lo aparta tirando del cuello de su camiseta. 
- ¡No, papá, no bebas más!
- Déjame, ya, niño.
- Papá, no bebas más, por favor - solloza el chico.
Su padre lo mira de refilón, luego más fijamente. Ve los ojos cristalinos de su hijo y se aparta de la cocina lentamente y se sienta en el sofá para dormir. 
Adrián lo mira unos segundos. 
Cuando su padre empieza a roncar estrepitosamente, suspira. 
- Gracias - dice tristemente. 
Sube las escaleras hasta su cuarto.
Aún tiene nauseas, pero está tan acostumbrado que casi no las siente. 
Se sienta sobre la cama y se tumba boca abajo. 
Vuelve a aparecer en su cabeza la imagen de África. ¿Qué le pasa? No puede gustarle tanto... es exagerado. Tiene una extraña sensación de vacío en el cuerpo. 
Tiene un idea y coge el móvil. 
Busca en su lista de contactos. Teléfono de la banda, aparece como primer nombre de preferidos. 
Llama a ese número. 
- Dime - le contesta Leo. 
- Tengo que pedirte un favor. 




 

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