sábado, 23 de febrero de 2013

La discoteca, el parque y la parada de autobús


<<¿Mañana quieres que salgamos a pasear al parque? Tengo una cosa importante que decirte>>.
África lee y relee el mensaje de Ernesto. Sonríe.
<<Claro. ¿A qué hora?>>.
<<¿Las cuatro?>>.
<<Perfecto, allí nos vemos. Un beso y buenas noches>>, escribe, nerviosa, le tiemblan las manos. Añade un emoticono de un muñeco lanzando un beso.
<<Adiós>>.
Apaga el móvil.
Se le cierran los ojos involuntariamente, cabecea.
Suerte que mañana es viernes 14 de febrero y no tiene actividades extraescolares, y las que tiene están canceladas porque los profesores de sus clases particulares y el director del coro quieren pasar el día con su pareja, no con ella.
Aunque a ella tampoco le entusiasma verlos a ninguno.
Se tumba bocarriba con su brazo derecho haciendo de almohada.
  • Buenas noches, cielo – escucha que dice su madre desde el pasillo.
  • Buenas noches, mamá.
Desde que empezó el segundo trimestre, ha perdido algunos kilos. El secuestro ayudo en su parte, ya que comía apenas nada.
Está algo más contenta consigo misma.
Está apunto de dormirse cuando escucha el móvil de su hermana sonar en la habitación de al lado.
  • ¿Qué quieres, Elisa? Iba a acostarme – escucha la chica. El tono de su hermana no dice nada bueno – No, no. Déjame dormir ya – casi grita antes de maldecirla también bastante alto.
***
Se echa el pelo hacia atrás.
Serán cerca de las once. Espera que sus padres ya duerman, porque llega tarde por tres horas. Y mañana hay clases... suelta un bufido.
Un chico se cruza con ella en la oscuridad y la soledad de la calle principal de su pueblo.
Un chico, de unos cuatro o cinco años más que ella pasa junto a Blanca rozándole el hombro.
La chica se para en seco, se da la vuelta y lo mira.
¿No es...? ¡Sí, sí, lo es! Es justo como ella se imaginaba a su “príncipe azul”.
Se ha quedado en blanco.
Él apenas se ha fijado en ella, apenas la ha mirado, pero ella ya siente como se enciende una cálida chispa de fuego en su interior.
***
¿Qué hace? Sin darse cuenta, después de dar una vuelta a todo el pueblo, barrio por barrio, calle por calle, viendo casa por casa de cerca, ha llegado a la suya.
Entra dentro abriendo la cancela lentamente para no hacer ruido.
La puerta de la entrada no está abierta, pero la ventana de la cocina sí.
Salta y entra dentro.
Piensa en sus amigos.
El momento que han pasado juntos antes, hace tan solo una o dos horas. Un buen momento, aunque ha sido algo frío, nadie sabía que decir. Espera que no se estén olvidando de él.
Suavemente, sale de la cocina y entra en su habitación. La casa está vacía.
Se sienta sobre la cama y cierra los ojos.
Vuelve a sentir las tardes tumbado hecho un ovillo en el suelo, llorando sin descanso a la espera de un milagro que le cambiase la vida, la forma de ver las cosas.
Vuelve a abrir los ojos.
La habitación sigue estando como él la dejó, la ropa tirada por el suelo, sus cuadernos de música en el la mesa o sobre la cama, la foto de su madre rota en una esquina, con pequeños trozos de cristal desperdigados a sus alrededores.
Ve un mechero sobre la vacía mesa, mechero que nunca llegó a utilizar más que para quemar la puntas de todas las hojas de las macetas que después de la partida de su madre se habían ido marchitando hasta no quedar nada.
Recoge la foto y aprieta el mechero con la otra mano mientras se sienta en el suelo, sobre la alfombra. Suspira profundamente.
Quema una esquina primero, luego la otra y cuando las llamas se juntan en el centro, cuando ya no se ve más que desde la nariz de una mujer sonriente de claros ojos verdes y pequeñas pecas por toda la cara.
  • Adiós, mamá – susurra cuando la foto está totalmente quemada.
Tira tanto el mechero como la última esquina superviviente de la foto por la ventana y sale de la casa de nuevo por la ventana de la cocina.
Anda hacia el parque.
Un coche le pita estrepitosamente.
Entrecierra los ojos para ver con más claridad.
Joaquín lo mira furioso y le hace un gesto con brusquedad para que entre en el coche.
  • ¿¡PERO A TI QUÉ TE PASA!? - le grita nada más cerrar la puerta y sentarse el chico junto a él.
  • Lo siento, yo...
  • ¡TÚ NO SIENTES NADA! ¿SABES CUÁNTO TIEMPO HE ESTO AQUÍ ESPERANDO? ¡¡¡MÁS DE CINCO HORAS!!! ¿TE PARECE NORMAL?
  • No... yo... lo siento.
El hombre levanta el brazo, dispuesto a pegarle, a plasmar todo el enfado que siente quemarle las venas sobre el chico, que se tapa la cara con los brazos para protegerse y gime pidiendo que no le haga daño y disculpándose continuamente.
Joaquín baja el brazo, sintiendo pena por Adrián. Saca un chicle de uno de sus bolsillos y lo empieza a masticar a modo de desestresante.
  • Ponte el cinturón – dice al mismo tiempo que arranca.

  • ¿Dónde habéis estado? - pregunta preocupada Amanda. Se acerca a ellos y examina a Adrián, en busca de alguna herida, algún golpe o, simplemente, una pista.
El chico mira al suelo, para parecer sentir culpabilidad y mete las manos en los bolsillos de sus pantalones perfectamente planchados del uniforme.
  • Fuimos a comer algo a un restaurante de su antiguo pueblo y me lo enseñó. Nos perdimos un poco al volver. Nada importante – dice de repente Joaquín, sonriente.
  • Me preocupé...
  • Lo siento, cielo – dice besándola en la mejilla. Ella se sonroja y sonríe.
  • Bueno, te espero en la cama. No te sorprendas si ya estoy dormida para cuando llegues – dice ella alejándose lentamente.
  • Claro. Pero voy a comer algo antes.
  • Lo que tú quieras.
En cuanto la mujer desaparece, Joaquín agarra a Adrián de un brazo y lo saca a la terraza.
El frío se les clava en los huesos a ambos, que sienten un escalofrío al mismo tiempo.
  • ¿Qué pasa? - pregunta Adrián. Después se da cuenta de lo brusco que ha sonado eso.
Joaquín respira profundamente y le suelta el brazo.
  • No quiero que esto se repita.
  • Está bien.
  • Tendré que castigarte.
  • Lo entiendo.
  • Me alegro – el hombre hace una pausa – Me parece que no estás enfermo – dice él poniéndole una mano en la frente.
  • Antes me dolía la cabeza y...
  • No me cuentes historias. La cosa es que en tu centro, si faltas a clase por una escusa falsa, te expulsan un día, ya que te ponen un parte.
  • ¿Me van a poner un parte? - dice él, algo confuso.
  • Sí, por molestar al personal y a los profesores con una mentira y hacer venir a tus padres cuando están trabajando. Mañana Amanda tendrá que trabajar varias horas más.
  • Lo siento...
  • Espero que lo sientas mucho, Adrián, sí.
Ninguno de los dos dice nada más durante unos segundos, ambos encojen la espalda para calentarse un poco.
  • ¿Por qué estamos aquí fuera? - pregunta rompiendo el silencio el chico.
  • Porque aquí no nos oye nadie desde las habitaciones.
  • Ah. ¿Podemos entrar ya?
  • No. Una cosa más – Adrián espera a que su padre adoptivo continúe - , ni una palabra de esto a nadie. No quiero que Dani empiece a copiarte. Su hermano es un buen ejemplo para él. También debería serlo para ti y dentro de poco volverá de su intercambio. Prepárate para ser el hermano perfecto – dice antes de dejarlo solo en la terraza.

Oye ruido en la casa. Luego una puerta cerrarse con bastante brusquedad.
Abre los ojos molesto y mira el despertador.
Son las ocho menos diez.
Vuelve a cerrar los ojos lentamente, pero de repente los abre, se sienta y comprueba la hora que es.
Sí, son las ocho menos siete. ¡Tiene que vestirse, peinarse, desayunar e ir a clase! Pero ¿no ha escuchado una puerta antes? ¿Es que lo han dejado en casa? ¿Por qué?
Como contestando a su pregunta, Joaquín entra en su habitación y, sin mirarlo en ningún momento, se acerca a la ventana y sube la persiana. La habitación queda iluminada. Abre la ventana.
Ahora sí, lo mira de arriba a abajo.
  • ¿Duermes así? - pregunta, con cierto malestar.
Adrián comprueba que no está desnudo, sonríe, le molesta que duerma sin camiseta.
  • Sí. Tenía calor.
  • Ya – dice el hombre arrugando la nariz – en invierno.
  • Sí. La calefacción debería de estar muy alta...
  • Bueno, Adrián. Vamos a dejarnos de tonterías. Vístete y ven al salón.
  • Ok.
  • ¿Ok?
  • Perdón. Por supuesto.
  • Muy bien. No tardes – dice el hombre mientras sale de la habitación.
Adrián se pone una camiseta que le queda varias tallas grande que estaba bajo la almohada el día en que llegó.
Va al salón.
El aroma del café recién hecho impregna la casa. Tiene hambre.
Pero tiene que ir al salón, no quiere otro conflicto con Joaquín.
Cuando entra, lo ve sentado al piano. Le pide que se siente a su lado. Cosa que hace, no sin poder evitar sentirse incómodo.
  • Toca un do – le pide el hombre muy seriamente.
Adrián sonríe para su interior y pulsa con fuerza la primera tecla del piano.
  • Do central.
Ahora es Joaquín el que sonríe.
Adrián, confuso y ofuscado, busca la tecla que esté en el centro del piano y la toca.
  • Eso no ha sido un do ni de lejos.
  • Es que no sé qué es un do central.
  • Eso ya lo imaginaba. El caso es que no puedes saber cuál es el do central exactamente. Puede ser cualquier do, aunque suele ser este... - Joaquín toca una nota y Adrián asiente - ¿comprendido? Sí sabes que ese es el do central, ¿puedes darme el do cinco?
El chico busca desesperado esa nota y, bajo la sorpresa tanto suya como la del hombre sentado a su lado, la encuentra.
  • Bien. ¿Sabes algo de solfeo?
  • Un poco.
Joaquín señala una partitura frente a ellos, en el atril y le pide que solfee.
Adrián señala con el dedo dónde estaría el do grave y cuenta hasta el sol que tenía que solfear.
Joaquín lo mira estupefacto.
  • Sol – dice el chico sonriente.
  • Bueno... vale... ¿no sabes el lugar de las notas en un pentagrama?
  • Do, re, mi, fa, sol, la, si, do, ¿no?
  • Eso es el orden de las notas. Me refiero a sus posiciones en un pentagrama.
  • Ah. No.
  • Bueno. Vamos a empezar de cero.

***

Leo sonríe a sus amigos.
  • ¿Qué os parece?
  • Perfecto. ¿Pero cuándo y cómo lo sacamos de su casa? - pregunta Alberto.
  • Lo llamaremos.
  • No, lo pillaron la última vez – dice Mario, que no parece muy convencido de querer hacerlo.
  • Mmmm... Pues lo llamamos a gritos.
  • Vive en un bloque de pisos.
  • Pues entramos en su casa y lo sacamos de allí.
  • ¿CÓMO PIENSAS HACER ESO? - se desespera Guille, que da todo el plan por perdido.
  • Puedo abrir la puerta con un alambre. Una horquilla o un clip me servirían.
  • ¿De verdad piensas que eso saldrá bien? ¿Y si hay cámaras de seguridad?
  • No creo que las haya.
  • Adrián dijo que tenían mucho dinero. Es un edificio para pijos. SEGURO que las hay.
  • Está bien... ¡pues la rompemos!
  • ¡Ala!
Alberto se levanta y se sitúa en el centro del círculo que forman sus amigos sentados en la alfombra.
  • ¿Quién está dispuesto a hacerlo?
  • Yo – dice Leo enseguida.
Guille duda un momento, pero también levanta la mano.
Todos miran a Mario.
  • Yo... no sé si podré escaparme de casa tan tarde...
  • ¡Vamos, sabes que puedes perfectamente!
  • Bueno... está bien...
  • Bueno, pues todo preparado entonces. Hoy, a las diez recogemos a Adrián en su casa.

***
Solo son las doce de la mañana.
Han quedado a las cuatro, lo está deseando. ¿Qué querrá decirle?
Ha intentado hablar con él en clase, pero siempre algún profesor los ha hecho callar y no quiere que lo echen a la calle por su culpa, que se enfade y que cancele su cita de esta tarde.
Se echa el pelo hacia atrás.
Ella está tumbada con la cabeza sobre el regazo de Almudena y los pies colgando del reposabrazos, ambas disfrutan de uno de los nuevos sofás de la cafetería.
Está roja como un tomate, los demás alumnos no dejan de mirarlas, algunos se acercan y les acusan de utilizar todo el sofá para ellas solas, pero como Almudena es tan guapa, ningún chico en la medida de lo normal se ha atrevido a echarla.
Su amiga le cuenta su nuevo noviazgo con su vecino de abajo, el chico que desde hace un año le parece mono. No le sorprende que haya caído en las redes de la chica, es demasiado perfecta para resistirse, incluso a ella se lo parece.
No le presta demasiada atención, ya conoce la historia, Almudena no durará nada con ese chico, en dos semanas como mucho habrán roto.
De repente, alguien rompe uno de sus momentos de tranquilidad acercándose y gritando.
Son dos personas, aunque una de ellas no dice nada.
Son Blanca y María del Mar.
Blanca agarra del brazo a Almudena y la saca de allí.
  • Ven un momento, tengo que contarte una cosa muy fuerte.
María del Mar y África se quedan solas.
Esta última se endereza y se peina el pelo con las manos. María del Mar le sonríe y ella le devuelve la sonrisa.
  • Llueve bastante – dice la chica, con su melosa voz.
  • Sí. Espero que no dure hasta esta tarde, he quedado con Ernesto.
  • Vaaayaa. ¿Qué vais a hacer?
  • Creo que pasear por el parque.
  • Guau. Que romántico. Ojalá yo tuviese novio.
  • Yo todavía no me creo que tenga uno.
  • Oh, vamos...
  • Es muy cierto – dice mirando a su amiga a los ojos y encogiéndose de hombros - Vamos ya fuera, que va a empezar la siguiente clase.

***
  • ¿Has quedado con ella?
  • Sí, esta tarde.
  • Vaya.
  • Sí.
  • ¿No te da pena?
  • ¡Si tu la molestas continuamente!
  • Ya, pero aún así... no me gusta verla llorar.
  • Eso es lo peor que puede pasar.
  • Es lo que pasará.

***

Ya son las tres.
El parque está bastante lejos, así que tiene que salir una hora antes para llegar en autobús, no quiere hacerlo esperar.
Paga su viaje con su tarjeta de autobús y se sienta al final del todo, donde hace más calor. Mira por la ventana.
Es su primera cita oficial con Ernesto. Se ha preparado exclusivamente para la ocasión. Lleva una colonia nueva, se ha rizado el pelo y se ha pintado la raya de los ojos por primera vez en su vida, tuvo que hacerlo su hermana porque ella tenía miedo a que todo acabase en desastre.
El conductor escucha la radio clásica, es un tema de Beethoven bastante conocido aunque nadie sabe el nombre.
Deja pasar a una chica que huele a chicle de fresa para que se siente a su lado, junto a la ventana. Tiene el pelo largo hasta por debajo de los hombros, rizado natural perfectamente peinado. Lleva un mechón de pelo recogido con una horquilla que le hace un elegante tupé.
Quizá mastica chicle demasiado exageradamente, es su único defecto físicamente visible.
  • Hola – saluda la chica sonriendo al darse cuenta de que la mira.
  • Ho...la – dice África sorprendida y avergonzada por si la ha incomodado.
  • ¿Cómo te llamas?
  • África.
  • Yo soy Elena.
  • En...encantada.
  • Igualmente. - y, sin previo aviso, le da dos besos. Sonríe de nuevo - ¿cuántos años tienes, África?
  • Esto... yo...
  • Si no quieres decirlo, no importa.
  • No, no. Tengo 13 años.
  • Ah, los felices 13... Yo tengo 18.
  • Vaya, los felices 18.
Elena ríe.
  • Me caes bien – dice, y busca algo en su bolso - ¿quieres un chicle?
  • No, no, gracias.
  • ¿Seguro? Estoy segura de que lo vas a necesitar.
  • ¿Yo?
  • Sí. Si no eres una cualquiera, has quedado con tu novio. Si no, no estarías maquillada.
  • Ah, ya, eso. Es la primera vez que lo hago.
  • ¿El qué? ¿Salir con un chico o maquillarte?
  • Las dos cosas.
  • ¡VAYA, UNA NOVATA! - exclama Elena. Le coge una mano, África sonríe, divertida – Tienes tantas cosas que aprender, pequeña...
  • ¿Puedes ayudarme?
  • No, lo siento. Tus errores, los tienes que cometer, si no, no habrá lección que aprender.
  • Jo. Pues bueno...
  • ¿Dónde has quedado con él... o ella?
  • He quedado con ÉL en el parque.
  • ¡Qué monos!
  • Gracias.
  • Bueno, entonces, ¿quieres ese chicle?
  • Mmmm... vale.
***

Arrastra los pies por el piso. Ha sido con diferencia, el día más duro de su vida.
Ha estado aprendiendo solfeo todo el día. Suerte que ya son las cuatro y Joaquín quería darse una siesta.
Adrián aprovecha y se da una ducha.
Se mira al espejo en calzoncillos.
Ya no se le ve tan pálido como antes, quizá incluso haya conseguido medio o un kilo más.
Sale del cuarto de baño, pero se para en seco.
Un chico de su edad o mayor, bastante más alto que él, más gordo que fuerte y oscuros ojos lo mira desde el final del pasillo acompañado por Daniel.
  • Vaya, lo siento, no sabía que había alguien en casa... - intenta disculparse el chico.
  • No... no te preocupes – dice el chico. Dani le tira de una manga.
  • Se llama Adrián. Y sabe cantar.
  • No me digas – dice el chico fingiendo estar muy sorprendido.
El niño sonríe, orgulloso de haberlo hecho y sintiéndose mayor y responsable.
  • Adrián – dice Daniel – este es mi hermano, Antonio.
  • Antonio...
  • Sí. Encantado, Adrián – dice el chico estrechándole la mano – te aconsejo que te pongas algo antes de que mi madre venga y te vea en ropa interior.
  • Claro, claro. Enseguida.
  • Adiós.
  • Adiós.
***
Lo ve. Ha llegado justo a tiempo.
Son justo las cuatro.
Se acerca ha él.
***
Se pasa una mano por el pelo, nerviosos.
¿Cómo va a decírselo?
La ve llegar.
Está muy guapa.
Tiene que decírselo ahora. ¡Tiene que hacerlo!
África está ya frente a él, le da un corto beso en los labios, que sabe a chicle de fresa. La mira a esos claros e intensos ojos y ella hace lo mismo con él.
No, no puede hacerlo ahora, no puede hacerle eso a ella. Se siente muy culpable por lo que va a hacer, así que la coge de la mano y empiezan a pasear. Ella habla, él solo escucha y sonríe.
Ve un rosal a lo lejos.
Al llegar, arranca una rosa de un oscuro color rojo y se la da.
Ella no la coge, le mira las manos y ve las pequeñas heridas que le ha hecho el rosal y las espinas de las rosas. Parece preocupada.
Saca un pañuelo de su bolso y le limpia la mano mojando el pañuelo en una fuente cercana.
  • Tienes que tener cuidado con los rosales, pueden hacer mucho daño.
  • Solo era un arbusto. Y te acabo de regalar una rosa, por si no te has dado cuenta todavía.
La chica sonríe, traviesa, coge la rosa y la huele.
  • Gracias, me encanta.
Lo besa de nuevo. Dos segundos cargados de agradecimiento, pero dos segundos que a él, le pesan en los hombros, y en el corazón.
Siguen caminando.
  • ¿Tienes hambre? - le pregunta a la chica.
  • No demasiada... Normal.
  • Ven, voy a enseñarte la mejor pastelería del mundo.
Ella ríe y asiente.
  • Confío en ti. No quiero llevarme una decepción.
Ambos se sonríen, sonrisas cómplices, que pronto se perderán.
***
Entra en su habitación, su hermano pequeño desaparece y lo deja solo unos minutos mientras va a buscar algo a su cuarto.
Bien, tiene tiempo para pensar.
Ese chico... ¿por qué se ha quedado de piedra al verlo? ¡¿Y qué haría así?!
Se lleva las manos a la cabeza.
  • Mente fría, mente fría – se recuerda a sí mismo.
Le ha gustado. Sí, mucho, muchísimo. ¿Ha sido un flechazo? Puede.
Está seguro de que sus sentimientos no son correspondidos, pero no quiere entristecerse con eso ahora.
Sonríe.
Ha encontrado a su pareja ideal. Ahora solo queda luchar por conseguirla. Aunque, que viva en su propia casa ayudará, sí, ayudará mucho.
***
  • ¿Lo dices en serio? - Almudena parece algo abatida.
  • Sí. Te lo habría contado en el recreo, pero aparecieron las demás, y no quise contarlo delante de todas...
  • Sí, claro, claro. Pero... me parece muy fuerte.
  • Y a mí.
  • ¿En serio va a hacer algo tan ruin?
  • Es lo que yo sé.
  • ¿No tendrás tú algo que ver? - pregunta amenazante la chica.
  • ¿Yo? No seas tonta, ¡claro que no!
***
Han paseado, se han besado, han corrido, se han columpiado en todo tipo de columpios de todas las tallas, se han tirado por toboganes para niños pequeños ante las atentas miradas de sus madres, han comido crepes...
Ha sido una cita perfecta. Aunque ya va siendo hora de que vuelva a casa.
Se despide, sonriente, le agradece todo y le da dos besos en las mejillas.
Cuando está alejándose, Ernesto la agarra por el brazo y la hace volver.
  • Tengo que decirte una cosa...
***
Se mete en la cama. Tiene los pies helados.
Los frota contra el colchón con fuerza y consigue calentarlos.
De repente, escucha un ruido.
Son las nueve y media de la noche y solo él está despierto. Esta familia se acuesta demasiado pronto para su gusto.
Se levanta lentamente y sale de su habitación. Entra en el salón con una linterna, asustado por lo que sea que puede haber dentro del piso.
Intenta gritar cuando alguien le tapa la boca con las manos y lo hace sentarse en el sofá.
  • ¿Leo?
  • El mismo.
  • ¿Qué haces aquí? Y sobretodo, ¿cómo has entrado?
  • He venido a por ti. Y ya sabes que soy un experto cerrajero.
  • Vale. Pero ¿para qué has venido a por mí?
  • Vístete. Te lo explicamos en el coche.
  • ¿Explicamos? ¿Quién más hay?
  • Todos.
  • ¿Adónde me llevas, Leo?
  • ¡Venga, ve a ponerte algo, tonto. Ahora te lo digo!
Adrián va a su habitación y abre las puertas del armario con sigilo.
Ha visto que Leo lleva camisa, así que se pondrá una él también. El problema es que la única camisa que tiene es la del uniforme.
Se encoje de hombros y se pone la camisa blanca con el nombre del centro bajo el hombro y unos pantalones negros.
Se peina con una mano.
Vuelve con Leo. Ambos salen del piso y el mayor de ellos vuelve a cerrar la puerta con la horquilla. En silencio. Nadie debe de haberse percatado del ruido, pero han dado por hecho demasiado pronto que no había nadie despierto ya.
***
Las lágrimas ruedan una a una por sus mejillas. Pero parece más enfadada que triste.
  • ¿¡POR QUÉ!? - le grita - ¿ES QUE TE GUSTÓ MÁS AQUELLA CHONI DEL AUTOBÚS QUE YO?
  • Claro que no...
  • ENTONCES NO TE ENTIENDO, ERNESTO. ¿PARA QUÉ A SERVIDO ESTE DÍA, ESTA TARDE? ¿PARA HACER QUE PIERDA IMPORTANCIA? ESTO ES MUY SERIO.
  • Lo sé. No estoy intentando hacer que parezca algo inútil. Ni siquiera es algo fácil, ¿vale?
  • NECESITO UNA RAZÓN.
  • ¿Qué?
  • UNA RAZÓN. ¿Qué es lo que no te gusta de mí para que tengas que cortar conmigo?
  • Bueno... Nada.
  • Es no es válido. Siempre hay una razón.
  • Simplemente, dejaste de gustarme como al principio.
  • Porque algo no te gusta de mí. Debí de hacer algo....
  • No, tú no has hecho nada, te lo aseguro.
  • Está bien. Entonces ¿qué es lo que te molesta de mí físico.
  • Nada, ya te lo he dicho.
  • ¿Qué es lo que no te gusta de mi cara?
  • Yo...
  • Tiene que haber algo. ¿QUÉ?
  • Bueno... yo... creo que eres un poco infantil.
  • ¿INFANTIL, YO? ¡PERO SI SOY EL DOBLE DE MADURA QUE TÚ!
  • No, me refiero a tu físico.
  • ¿Infantil, dices?
  • Sí...
  • Acabas de decepcionarme mucho, Ernesto. Pensaba que tú creías en lo que hay dentro de las personas, la mejor parte...
  • Lo siento, es mi decisión.
  • Muy bien – la chica se limpia las lágrimas con la manga de la camiseta, manchándola de rímel y de lápiz de ojos – Adiós, Ernesto.
  • Adiós África y...
Pero ella no lo escucha. Sale corriendo del parque. Encuentra una para de autobús se sienta en un banco cercano.
Mira cuánto tardará el autobús en aparecer. Aparece un mensaje.
El autobús 987 no pasará por las calles ni los siguientes lugares:(por motivos de obras)
La calle en la que está es de las cortadas. Ahora sí, llora desconsoladamente. Tendrá que buscar otra parada que sirva.
Es muy tarde. Con todo lo que han hecho, serán las nueve y media. Se va a llevar una buena bronca, ¡y no tiene el móvil para avisar!
Se levanta lentamente, tambaleándose y empieza a andar en dirección hacia ninguna parte.
***
En la furgoneta no le han dicho nada, al llegar, no sabía dónde estaba... Pero ahora... Está en una discoteca.
  • ¿Qué hacemos aquí?
  • Divertirnos – le contesta Leo a gritos, a pesar de que están uno frente al otro. Le da un ron con Coca Cola – Bebe. Estás muy tenso.
  • No, no quiero beber nada.
  • ¡Vamos, bebé! ¡Hasta Mario está bebiendo!
El chico mira a su amigo, el menor de todos ellos. El chico se encoje de hombros antes de beber otro trago de su copa.
Muy serio, Adrián coge el vaso que le tiende su amigo y bebe.
Al terminar la noche, no sabe cuántas copas lleva, ni siquiera sabe dónde está, recuerda a duras penas su nombre y ha perdido de vista a sus amigos.
Una chica pasa por su lado, igual de borracha que él y lo besa con fuerza antes de dejarlo solo de nuevo.
Tiene la sensación de que ya le ha pasado eso antes, muchas veces, esa misma noche.
Tambaleándose, se sienta en un sofá de la discoteca.
Otra chica se le acerca. Suspira.
  • Hola – saluda ella sonriente.
  • Ho...la...
  • Ala, vaya pedo – comenta ella.
Adrián bebe otro trago y asiente.
  • No bebas más – dice la chica al tiempo que le arranca la bebida de las manos.
Sin decir nada, Adrián se recuesta sobre el respaldo del sofá. Cierra los ojos un momento, cuando los abre, todo se le nubla y vomita en el suelo.
  • ¿Estás bien? - le pregunta la chica preocupada mientras lo ayuda a levantarse y lo lleva al baño.
  • No lo sé...
  • ¿Cuánto llevas bebiendo?
  • No lo sé...
  • ¿Cuántos años tienes?
  • 16... creo.
  • Ah. Yo tengo 18.
  • No los aparentas.
  • Tú tampoco.
El chico suelta una carcajada triste.
  • Vamos a salir de aquí, anda. Que te de un poco el aire.
  • Bi...bien.
Ya fuera de la discoteca, la chica lo sienta en las escaleras de la entrada. No debe de ser muy tarde, no lleva allí más de una hora.
  • ¿Cómo te llamas? - le pregunta el chico después de respirar aire limpio.
  • Claudia.
  • Claudia... es bonito.
  • Gracias – dice ella sonriendo - ¿cómo te llamas tú?
  • A...A...dri...
  • ¿Adrián?
  • Sí, eso.
  • ¿Has venido solo, Adrián?
  • No. Con...hip... unos amigos.
  • Ya veo. ¿Qué estudias?
  • Estoy en el instituto.
  • ¿En cuál?
  • Uno de pijos.
  • ¿El que pone en tu camisa?
  • Supongo.
Claudia se inclina sobre él. Adrián cree que va a besarlo, pero en lugar de eso lee el nombre del instituto.
  • Es un buen instituto.
  • Ya. Eso dicen.
  • ¿Vives con tus padres?
  • Adoptivos.
  • Vaya, un incomprendido.
  • ¿Un qué?
  • Los niños adoptados tienden a ser incomprendidos por sus padres. Por eso suelen ser infelices.
  • Ah. ¿Eres psicóloga?
  • No – dice riéndose Claudia - ¿por qué?
  • Pareces lista.
Entonces sí. Lo besa.
Leo sale entonces con los demás de la discoteca, gritando su nombre, y lo ve.
  • Está aquí.
  • Está ocupado.
  • Ya.
  • ¿Nos vamos?
  • No – dice Leo sonriendo con picardía – nos quedamos.
Pero Claudia se da cuenta de su presencia y se levanta molesta.
Le escribe su número de teléfono a Adrián en el brazo y le otro corto beso en los labios antes de volver al interior de la discoteca.
Todos sus amigos se le acercan.
  • ¿Llegamos en un mal momento?
Adrián se masajea la sien.
  • No, claro que no. ¿Podemos irnos?
  • ¡Todavía no! ¡Solo llevamos aquí una hora!
  • Pues yo me voy.
  • No te vayas... si te está yendo bien...
El chico no hace caso. Se levanta y busca el nombre de la calle en alguna pared.
Cuando se sitúa, empieza a andar hacia su casa.
***
Ha conseguido encontrar una parada, pero no llegará hasta las once pasadas a su casa.
Está sentada sola en el asiento de espera y mira asustada a todos lados. La calle está desierta. Se escucha música a lo lejos, debe de haber una fiesta, por eso no hay nadie fuera.
De pronto, ve una figura acercándose a ella.
***
Tiene suerte de recordar su actual dirección, porque si no, estaría perdido completamente.
Apenas hay luz por la calle, pero ve una parada de autobús y necesita sentarse porque vuelve a estar mareado.
Se acerca hasta allí y se sienta junto a la única persona que hay.
***
Es imposible, ¿es él? Sí, eso parece.
Le da miedo preguntar, no parece estar bien.
Pero es demasiado tarde, él si la reconoce.
Abre mucho los ojos y sonríe. Es muy guapo.
  • Hola – dice, con voz ronca. Parece que le cuesta hablar.
  • Hola.
  • ¿Qué haces aquí tan tarde?
  • Podría preguntarte lo mismo.
  • Tú eres mucho más pequeña que yo.
  • Ya, bueno...
  • ¿Qué ha pasado? - pregunta el chico viendo que tiene los ojos hinchados.
  • Mi novio me ha dejado.
  • ¿Y no te ha llevado a casa? Es muy tarde. ¡Qué maleducado!
  • Bueno...
  • No te preocupes. Pronto aparecerá el próximo. No debe costarte mucho.
África suelta una carcajada.
Justo entonces, Adrián se inclina y la besa. Demostrándole todo lo que lleva ansiado el momento.