miércoles, 29 de mayo de 2013

Pérdidas




You can throw your hands up
You can be the clock
You can move a mountain
You can break rocks
You can be a master
Don't wait for luck
Dedicate yourself and you can find yourself     
       The Script -  Hall of fame
 

El hombre le abre las pupilas y enciende una pequeña linterna para ver con claridad su ojo.
  • Mmm... tiene las pupilas dilatadas.
Alberto observa depié apoyado en la pared. Al menos lo han dejado quedarse. A decir verdad, ni siquiera han notado que estaba ahí.
  • No lo entiendo, estaba bien esta mañana – dice angustiada la enfermera al médico.
  • Yo tampoco lo entiendo. Tiene problemas para respirar...
El hombre lo destapa y le levanta la camiseta del pijama para oír sus pulsaciones con el estetoscopio.
  • Pulsaciones algo aceleradas... vamos a ver...
Levanta algo más la camiseta para comprobarlo una segunda vez y entonces lo ve.
  • Una hemorragia interna.
Alberto se acerca a la cama.
Adrián tiene una mancha roja bastante más clara que un moratón en la parte izquierda del tórax. Se aleja lentamente de él, respirando profundamente.
  • ¿Cuándo se cambió de ropa? - les pregunta tanto a la enfermera como a Alberto.
  • Se cambió él solo en el baño cuando pudo levantarse. No quiso ayuda – dice Alberto con un hilo de voz.
  • Puede ser que tuviese la hemorragia y que los médicos no la viesen – dice él con el tono más calmado que puede – Podría desarrollar una anemia si no nos damos prisa. Avisa al encargado de traumatología – le dice a la enfermera.
Otros dos enfermeros entran al poco de que ella salga corriendo por la puerta y se llevan en una camilla a Adrián.
El médico se cuelga el estetoscopio al cuello y mira a Alberto.
  • Chico, ¿estás bien?
  • Sí...
  • Te marea la sangre, ¿verdad?
  • Un poco...
  • Siéntate. Así, si te desmayas no caerás al suelo.
El chico se acerca temblando a la silla y se deja caer.
  • Respira profundamente e intenta olvidar lo que has visto. No era apenas un poco de sangre, ni siquiera estaba fuera de la piel ¿de acuerdo?
  • Sí...
  • Muy bien. Relájate. Nos ocuparemos de tu amigo.

***

  • Almudena, ya es de día.
La chica se hace un ovillo entre las sábanas, pero su amiga la consigue destapar.
  • Pero ¿por qué?
  • Necesito que me acompañes a ver a Adrián.
  • ¿Tan temprano? ¿Qué hora es?
  • Son las doce, y tengo que estar en mi casa antes de comer.
  • ¡LAS DOCE!
  • Las doce – dice su amiga asintiendo.
  • Vale, voy a vestirme. Esta vez has tenido suerte – dice guiñándole un ojo – la próxima... no respondo de mis actos.
Almudena se levanta de la cama y va a coger su ropa del armario. Ambas se visten y van a la cocina.
  • Buenos días – saluda lo más educadamente que puede África al hermano mayor de Almudena.
  • Buenos días – repite él.
África lo mira mientras desayunan.
Podría ser esbelto. Es alto, con una cara angulosa y un rastro de barba, los ojos claros y el pelo rubio, justo lo contrario a su hermana. Debe de ser duro estudiar en la Universidad, y eso lo nota en sus profundas ojeras. Siente cierta pena por él, nunca lo ha visto con nadie, ni siquiera en el instituto, siempre andaba solo con algún libro y leía siempre sentado en las escaleras.
Se despiden de él y salen de la casa, directamente al hospital.

***

Abre los ojos con cierto miedo.
Siente un cosquilleo en una mejilla, y necesita comprobar que no puede hacerle daño, ni picarla.
Es una araña, una araña enorme.
Grita con todas sus fuerzas y se levanta tan rápidamente que el animal acaba volviendo al suelo.
Esteban la mira.
  • ¿Qué pasa?
  • Puedes decirme porqué seguimos aquí – dice con tono serio ella.
  • Porque no quería despertarte cuando te dormiste.
  • ¿¡Me dormí!?
  • Sí.
  • ¿Me dormí mientras...?
  • ¡No! ¡Te dormiste después!
Elisa suspira bastante aliviada.
  • Anda que vaya idea la de traer vino...
  • Desde el principio sabía que vendrías.
  • ¿Por eso estaba aquí el colchón?
  • Y el vino.
  • Estás loco.
Esteban sonríe y deja que el sol le caliente un poco la cara.
  • ¿Y te gusta?
  • Me encanta.
Ríe. A él le encanta ella. Pero no le da tiempo a decirlo antes de que se levante y empiece a vestirse.
  • ¿Qué haces?
  • Vistiéndome – dice ella con cierto tono socarrón.
  • ¿Por qué? Es muy temprano.
  • Son casi las una de la tarde, Esteban.
El chico se levanta también y se viste igualmente.
  • Que sea la última vez que lo hacemos en un descampado – dice ella mirando varias picaduras en sus piernas mientras se pone los vaqueros.
  • Ya se me ocurrirá otro sitio.
Elisa ríe y le besa una mejilla al pasar por su lado.
  • ¿Qué vamos a hacer con el colchón y esta botella?
  • Si dejamos aquí el colchón, haremos feliz a un vagabundo.
  • Sí – dice ella burlándose de él – y la persona a la que se la has quitado estará completamente de acuerdo.
  • No se lo he quitado a nadie. Es el colchón de mi habitación.
  • ¿De tu habitación?
  • Tus padres me dieron una habitación cuando llegué.
  • Que nunca has utilizado – dice ella sonriendo.
  • No... pero apenas había dos muebles, y cogí los de casa de mis padres.
Elisa lo mira seria. Ha intentado muchas veces que olvidase lo que le pasó.

***

  • Hola, soy Elena.
  • Yo soy Ernesto.
  • Encantada. ¿Cómo estás?
  • Bien, ¿y tú?
  • Bien.
  • Me alegro.
Ella sonríe. Es guapa. Le recuerda en algo a Blanca.
El autobús frena de golpe y Elena casi cae sobre él.
  • Perdona... - dice ella bastante sonrojada, ahora le recuerda a África, siente cierta incomodidad por ello.
Le sonríe y ella vuelve a agarrarse a la barra, devolviéndole la sonrisa.

***
  • ¿Estás segura de que esta es tu habitación? - pregunta Almudena con impaciencia – Aquí no hay nadie.
  • Sí... era esta...
  • ¿Y dónde está entonces?
  • Le están haciendo pruebas – dice un chico de mas o menos su edad entrando en la habitación y acercándose al armario.
  • ¿Por qué? ¿Le pasa algo? - pregunta África asustada, no lo conoce, pero lo recuerda, es un amigo de Adrián.
  • Tenía una hemorragia interna que no habían visto antes, intentan comprobar si es por una enfermedad, alguna reacción a una medicina o si la hizo su padre.
  • ¿Cuando la vieron?
  • Anoche.
  • Después de que me fuera...
  • Sí.
  • ¿Adónde llevas su ropa? - le pregunta mientras lo sigue hasta la puerta.
  • Lo van a trasladar a otra habitación para vigilarlo, cosa que deberían haber hecho antes.
  • Voy contigo.
África agarra la muñeca de Almudena y siguen a Mario por todo el hospital.
  • Dudo mucho que quieran verte.
  • ¿Quién?
  • Mis amigos. Piensan que ha sido tu culpa.
  • ¿Mi culpa? Pero yo no he hecho nada...
  • Pero estuviste hablando con él ayer hasta muy tarde, acabó rendido, y tenía que descansar.
  • Intenté irme para dejarlo dormir, pero él no quiso...
  • Está bien. Intentaré que no os echen, pero tendréis que estar totalmente calladas para que no la tomen con vosotras.
Las dos chicas se miraron entre ellas. ¿Por qué iban a echarlas? No era su culpa.
Llegaron al pasillo en el que estaba el quirófano, Mario entró en una habitación que había al lado.
  • Han venido a verlo – dice a sus amigos.
  • Hola – saluda ella mientras se acerca lentamente a la cama.
  • Hola, África – la saluda Adrián desde la cama.
  • ¿Cómo estás?
  • Estoy bien, pero no me dejan salir de aquí.
  • Es normal...
  • Pero no me siento mal.
  • Estarás aquí unos días, hasta que comprobemos que no tienes nada más y luego podrás volver a casa.
Adrián suspira.
El médico le sonríe.
  • Si sigues así de bien, saldrás antes de lo que piensas – dice el hombre antes de salir de la habitación.
Adrián le sonríe a la chica y ella le devuelve la sonrisa.
  • Gracias por venir.
  • Te lo prometí.
De pronto, alguien entra corriendo en la habitación.
  • ¡Leo! ¡Leo!
  • ¿Qué...?
Todos se giran hacia Blanca, que está llorando delante de ellos, Adrián levanta la cabeza, asustado.
África y Almudena van hacia ella rápidamente. Leo da un paso hacia delante, pero de repente duda y no se acerca más.
  • ¿Qué te pasa? - le preguntan las dos chicas a su amiga.
  • Mi abuelo ha muerto – dice ella rompiendo a llorar de nuevo.


viernes, 17 de mayo de 2013

La luna



  • Hola, ¿quién eres? - pregunta el chico desconocido. Se levanta y se acerca a ella. Se le ve bastante fornido, tiene una espalda enorme.
  • Soy... África.
  • África... ¿y a qué has venido?
Leo tose detrás del chico y se acerca a ella.
  • ¿Qué haces aquí? - le pregunta con tono borde.
  • He venido a ver a Adrián...
  • ¿Cómo sabías que estaba aquí?
<<Piensa, piensa rápido>>. No puede echar todas las culpas a Blanca, podría meterla en un problema sin saberlo.
  • Lo vi en las noticias. Pensé que podría ser él y vine en cuanto pude.
África mira a Adrián. Los ojos claros de él están clavados en los suyos. Vuelve de nuevo a mirar a Leo, que está demasiado cerca de su cara.
  • ¿No me crees?
  • Sinceramente... me da igual – dice él apartándose y dejándola pasar.
África descuelga su mochila de uno de sus hombros y luego la deja caer con suavidad en el suelo junto a una pata de la cama.
Se acerca al chico, tanto que puede ver lo pálido que está y como resalta el moratón en su ojo derecho, que está bastante hinchado.
Ninguno de los dos habla una sola palabra, simplemente se miran a los ojos.
  • Supongo que tendréis cosas que hablar – interrumpe Alberto, que está incómodo desde que entró África.
Se levanta y Guille y Mario lo siguen. Leo mira a Claudia, pero ella no puede apartar la mirada de aquella chica que ha interrumpido su momento con Adrián.
  • Vamos, Claudia... - le dice tocándole el brazo.
Ella lo mira, está seria y aprieta los labios con fuerza.
  • Vamos fuera – le dice con voz dulce.
Ambos salen de la habitación y cierran la puerta detrás de ellos.
África le sonríe finalmente. Adrián había olvidado completamente lo que añoraba esa sonrisa.
  • Hola, Adrián.
  • Hola, África.
  • ¿Cómo estás?
  • ¿Cómo me ves tú?
La chica tuerce la boca y se sienta en la silla junto a la cama.
  • No, por favor, siéntate mejor en la cama, que pueda verte – ella se levanta y Adrián se sienta para dejarle espacio apoyando la espalda en la almohada escondiendo para sí el dolor que eso le provoca - ¿Tan mal estoy?
  • No... si te soy sincera, apenas sé lo que te ha pasado...
  • Bueno, está claro que no he estado recolectado flores por el campo.
  • Sí – vuelve a sonreír -. ¿Qué fue lo que pasó? - dice ya algo más seria.
  • Maltrato.
  • ¿Fue tu padre?
  • Sí – la voz del chico se va volviendo cada vez más sombría.
  • ¿Qué te hizo?
Adrián la mira fijamente.
  • ¿Cómo supiste que estaba aquí?
  • Lo vi en las noticias...
  • Eso es mentira. Sabrías lo que me ha pasado si hubieses visto las noticias. ¿Cómo lo supiste?
  • Me lo dijo Elisa.
  • Elisa...
  • Su novio se llama Esteban, dice que los conociste y que ellos te ayudaron.
  • Sí, sí lo hicieron.
África evita mirarlo directamente a los ojos, aunque nota su mirada clavada en ella.
  • ¿Por qué has intentado engañarme?
  • No quería que pareciese que no me acordaba de ti... ni que no me importabas.
  • Si no te importase no hubieras venido a verme tan tarde.
  • Pero...
  • ¿No te acordabas de mí?
  • Claro que sí, pero he estado muy ocupada con cierto asunto y no he tenido tiempo...
  • ¿Te importaría mucho contármelo? Hace mucho que nadie me dice nada que no sea preguntarme cómo me encuentro y que tu hayas aparecido aquí es la primera cosa realmente buena que ha pasado desde que estoy aquí.

***

  • ¡Ya he vuelto! - no oye ninguna respuesta, y es bastante temprano, son solamente las once, y había prometido llegar a las una de la noche - ¿Hola?
Nada, parece que no hay nadie. Que extraño. Sube a su habitación, al menos él debe estar en casa.
  • ¿Cariño? ¿Hola?
Abre la puerta. Todo está vacío, y desordenado. La ropa tirada por el suelo, los armarios abiertos. Se agacha a recoger una camiseta color roja que ella suele ponerse como pijama aunque sea de su novio.
Hay algo sobre la cama. Una nota.
La coge con las manos temblorosas.
<< Me voy. Lo siento. Esteban>>.
  • ¡¿Qué?!
Vuelve a salir de la habitación y más tarde de la casa, con la nota en la mano y corre. Sabe perfectamente dónde está, pero si no se da prisa, se hará de noche y no lo podrá encontrar.

***

  • Y ese Ernesto... ¿sabe lo de...?
  • No. No creo si quiera que sepa quién eres.
  • Es un alivio – dice él. África lo mira, está mucho más pálido que antes.
  • Adrián, ¿estás bien?
  • ¿Yo? Sí... - su voz suena temblorosa por el cansancio.
  • Necesitas descansar y yo solo soy una carga – dice ella levantándose.
  • No, no...
  • Tranquilo Adrián. Lo digo en serio. Si sigues hospitalizado después de la operación debe de ser por algo, necesitas reposo ante todo. Vendré a verte mañana, con una amiga, ¿te importa?
  • No, claro que no, pero...
  • Además se me ha hecho muy tarde y... Adrián, llevas temblando un tiempo.
  • ¿Temblando?
  • Sí... mira tu mano.
Tiene los ojos vidriosos del sueño y le parece que su mano tiembla tanto que ni siquiera puede ver sus dedos, solo distingue una mancha blanca.
Suelta un gemido.
  • Tranquilo Adrián, solo estás cansado.
El chico toma todo el aire que puede. De repente siente que la cabeza le va a explotar. Empieza a respirar entrecortadamente.
  • Adrián...
  • Tranquila, tranquila...
  • Adrián, deja de de hacer eso, me estás asustando.
El chico abre los ojos, claros, han perdido parte de su luz. África se acerca a el y le da dos besos en las mejillas.
  • Nos vemos mañana. Descansa – dice antes de coger su mochila y alejarse.
  • ¡Espera! - grita el chico con voz ronca. Ella se gira - ¿Puedes sonreírme una última vez antes de irte?
Hubiese visto esa petición un tanto extraña en otras circunstancias, y viniendo de otro chico, pero se le escapa una sonrisa. Al momento se siente estúpida y agacha la cabeza, totalmente roja.
  • Gracias, ha sido precioso, como siempre.
Ella vuelve a sonreír, pero no puede mirarlo. Se siente a la vez tan bien, pero es tan amargo... Adrián no está en condiciones de moverse siquiera, y nunca nadie le ha dicho algo así.
  • A...adiós.
  • Nos vemos mañana – dice él con todas sus ganas.
Y ella se va, no cierra la puerta. Todos se han ido, todos menos un chico, que pasa a su lado sin apenas mirarla.
Alberto entra en la habitación, y lo ve desplomarse sobre un lado, agotado.
  • ¿Qué has hecho?
  • Hablar...
  • Debiste decirle que no podías más...
  • No podía interrumpirla... ella... - tose antes de seguir hablando – es tan preciosa cuando habla... - esta vez tose tan violentamente que le duele el pecho, se encoge sobre sí mismo para intentar que el dolor cese, aprieta los ojos.
Alberto sonríe de medio lado y pulsa el botón que hay junto a la cama para avisar a una enfermera.

***

Ilumina el camino con el móvil.
Todo está lleno de cristales, no quiere acabar la noche en el hospital, además, allí no tiene cobertura.
Hay luna llena, ilumina solamente la mitad del descampado.
Consigue atravesar la parte oscura y subir un pequeño montón de tierra y cemento ya duro, los únicos restos de una obra que apenas fue empezada.
Allí está. Sentado sobre un colchón, mirando el cielo.
  • Sabía que vendrías.
  • Sabes que siempre te encuentro.
  • Quizá soy demasiado predecible.
  • Quizá – dice ella mientras se acerca - ¿qué ha pasado esta vez? - dice con la voz más dulce y melosa que puede.
  • Me peleé con tus padres.
  • ¿Por qué?
  • Dicen que soy un mantenido, que debería tener un trabajo o ayudar en casa. Aportar algo. Tu padre añadió que si no lo hago, debería volver a vivir con mis padres, y convertirme en uno de ellos, que cada día me parezco más.
  • Sabes que eso no es verdad.
  • Ya no me quieren contigo, Elisa.
  • Eso no es decisión suya, ¿no crees?
  • Si vivimos en su casa, sí lo es. Deberías hacerles caso, no quiero que te pase lo mismo que me pasó a mi.
  • Nunca nadie me hará daño, sé defenderme sola. Y también puedo defenderte a ti.
  • ¿Crees que debería trabajar?
  • Tienes la edad de estudiar...
Esteban sonríe. Sus ojos se ven más oscuros con la luz de la luna impactándole en la cara.
  • No insistas. Dejé de estudiar y no pienso volver.
  • ¿Piensas volver a casa, al menos?
  • No, ya no es mi casa.
Elisa suspira.
  • Si yo te invito a quedarte de nuevo, ¿volvería a serlo?
  • Rechazaría tu invitación, como hice hace ya mucho tiempo.
  • Acabaste aceptando.
  • ¿Recuerdas por qué?
Una sonrisa ilumina la cara de la chica, aunque él se mantiene serio.
  • Sí que me acuerdo.
  • Yo solo tengo un vago recuerdo.
  • Ven aquí, entonces, te ayudaré a acordarte.
  • Sabes que estoy sentado en un colchón...
  • En un colchón que lleva yo qué sé cuanto tiempo en un descampado.
  • No, lo he traído yo. Lo traje hace ya mucho tiempo, pero estaba envuelto en una funda de plástico.
  • Hay bichos...
  • Lo dudo mucho.
  • No me convence.
Esteban tira de su brazo hacia abajo y la obliga a sentarse a su lado. La besa.

***

  • ¡Ya era hora! - le recrimina su amiga frotándose los ojos.
  • Lo siento. ¿Estabas dormida?
  • Sí. Me dormí viendo la tele mientras te esperaba.
  • Vaya, lo siento.
  • No pasa nada. Pero ¿dónde estabas?
  • En el hospital.
  • ¿En el de aquí cerca?
  • Sí.
  • ¿Qué ha pasado? - le pregunta mientras ambas se sientan en el sofá. Almudena apaga la televisión con el mando.
  • Un amigo está ingresado.
  • Uff... lo siento. ¿Qué le pasa?
  • Su padre le pegó.
  • Dios.. ¿y está bien?
  • La verdad es que no lo sé muy bien. Estaba agotado, pero insistía en querer que me quedara cada vez que intentaba dejarlo dormir, pero hasta ahora no conseguí convencerlo.
  • Pues vaya, pobrecillo.
  • Almu... ese chico me besó. 
    Almudena la mira fijamente. 

martes, 7 de mayo de 2013

El engaño, la decepción y sensaciones





  • Me parece exagerado una anestesia general – repite por enésima vez Leo, de nuevo gritando.
  • Ha herido a dos enfermeros y al médico... - vuelve a decir con pesadez Mario.
Los cuatro andan por el pasillo.
Amanda ha llamado a todos sus parientes que viven en la ciudad ,que son muchos, y han aparecido en el hospital, agotándolos y molestándolos.
  • Podían atarlo...
  • No, no pueden.
  • De todas formas, esa anestesia podía matarlo como una normal en el brazo.
  • No... solo lo durmieron...
  • ¡Con anestesia general!
  • ¡Qué pesado! ¡No era anestesia general! - explota de repente Guille – El médico lo ha explicado antes... era una medicina que lo dejaba inconsciente, solo lo durmió. Se despertará después de la operación.
  • Lo llamó “fármaco hipnótico intravenoso” - añade Mario mientras entran en la habitación de Adrián para esperar a que vuelva.
***
<<Hola>>.
<<Hola>>.
<<¿Cómo estás?>>.
<<Regular>>.
<< :( ¿Y tu abuelo?>>.
<<Igual>>.
<<Siento que estés así>>.
<<No es culpa tuya>>.
<<Pero me siento culpable igual>>.
<<En serio, no tiene nada que ver contigo, no te tiene que importar en absoluto>>.
<<Eres mi amiga y me importaría cualquier cosa que te pasase, Blanca>>.
<<Tú también eres mi amiga>>.
<<Gracias>>.
<< :) De nada. ¿Podemos cambiar de tema? ¿Hay de deberes para mañana?>>.
<<Una redacción para tutoría sobre el maltrato>>.
<<¿Violencia de género?>>.
<<Hemos hablado sobre todo del infantil, o sea, de los padres a los niños, supongo que es más bien de eso. ¿Sabías que ha habido un caso aquí, en nuestra ciudad?>>.
<<Sí. Está en el mismo hospital que mi abuelo. Lo he visto. Se llama Adrián>>.

***

¿Adrián? ¿De verdad ha dicho Adrián? No puede creerlo. ¿Es aquél chico tan raro que la besó y luego desapareció? En realidad no ha pensado demasiado en él desde hace un tiempo, a pesar de que debería de haberla marcado. Ella también es muy rara.
Si es él, le gustaría verlo. Al menos para asegurarse de que está bien. No hace falta que él sepa que está allí, pero seguro que en cuanto lo vea, querrá hablar con él y preguntarle la razón de aquél momento esa noche.

***

Esperaba que lo acosase continuamente, pero no lo ha hecho.
Le gustaría que fuese un alivio, pero no lo es. Que se hubiese arrastrado ella ahora hubiese sido perfecto.
Está muy enfadado, la odia y piensa hacerle la vida imposible sea como sea.
Abre su Whatsapp en el móvil y comprueba cuanto tiempo lleva sin conectarse. Desde ayer. Eso es mucho tiempo, ¿qué estará haciendo? ¿No estará con otro? No, lo duda mucho. Aunque... ¡claro que no, estará estudiando para el examen de mañana! Quizá esté demasiado obsesionado con ella...
Él también debería estar estudiando, pero no le apetece demasiado, lo dejará para la próxima vez.
¿Qué le dice? ¿Qué le escribe?
Busca algo que decirle, cualquier insulto. Pero cuando va a escribirlo, sus manos se mueven solas y dejan el teléfono sobre la cama, junto a su cabeza.
No puede hacerle daño, no podrá soportar verla llorar y sentirse tan culpable, sería un peso demasiado duro de cargar sobre los hombros.
Pero le ha hecho daño... mucho daño... Pero la quiere.
Lo mejor que se puede hacer cuando una persona te molesta es alejarte de ella, es muy difícil sacarla de tu cabeza y es una peor tarea sacarla de corazón, pero no puede hacer otra cosa. Lo conseguirá, ella no tiene nada de especial, no destaca demasiado, es muy normal.
Vuelve a coger el móvil y borra el contacto. Una tarea menos.

***
Los oye hablar, como si fuera un cuchicheo, muy lejano. Parece una pelea.
Quiere abrir los ojos, pero le pesan demasiado los párpados.
Hace varios intentos antes de conseguirlo finalmente. Lo miran, Amanda está pálida a su lado.
  • Menos mal – murmura Leo dejándose caer en una silla.
Todos lo miran. Parecen aliviados.
Hay varias personas allí que, o no reconoce o simplemente no conoce.
Quiere sentarse sobre la cama, pero no siente ninguna extremidad. Empieza a tener pánico, no recuerda nada de la operación, solo que querían hacer algo con unos especies de clavos y de la cara del médico, pero nada después.
Traga saliva y nota sabor a sangre en la boca.
Su cuerpo empieza a despertarse, nota un insufrible hormigueo que le recorre las piernas. Necesita comprobar que no hay ningún insecto mordisqueándole la piel, pero no puede mover uno de las manos, y no es que esté dormida, cuando la ve, se da cuenta de que tiene una inmaculada escayola blanca.
  • La operación terminó hace diez minutos – dice Guille. A su lado hay una preciosa chica con unos ojos enormes de un color muy corriente, pero decorados con un brillo especial y unas larguísimas pestañas – llevamos esperando a que te despiertes desde entonces – la chica también parece algo tensa, aunque seguramente ni sepa quién es él ni lo que le ha pasado.
Adrián cierra los ojos y acomoda la cabeza en la mullida almohada.
  • ¿Necesitas algo, cielo? - le pregunta Amanda – Joaquín está trabajando, pero puedo llamarlo si quieres para volver a casa.
  • No, solo necesito un poco de tranquilidad, la cabeza me va a explotar.
Amanda, algo indignada por el tono de voz del chico que le está pidiendo que se vaya, se levanta lentamente y sale de la habitación seguida de una mujer muy delgada y de andares exageradamente remilgados.
Sus amigos y la chica van a salir de allí justo después, pero Adrián le pide a Alberto que se quede con él.
El chico de ojos azules muy oscuro se sienta donde antes estaba Amanda.
El resto sale algo ofendido de la habitación.
Cuando solo hay silencio, Adrián habla con voz ronca.
  • ¿Qué me ha pasado?
  • Nada. Solo te operaron, ya lo sabes.
  • Sí, pero no me acuerdo de nada.
  • Porque te durmieron... - Alberto se levanta incómodo y se acerca a la ventana, hace buen tiempo.
  • Pensaba que no iban a dormirme.
  • Mordiste a varios de los médicos y se asustaron. Así que te durmieron.
  • No recuerdo que me inyectasen nada.
  • No sé si te inyectaron ese “fármaco hipnótico”, pero estabas inconsciente.
  • El farma...¿qué?
  • “FÁRMACO HIPNÓTICO” - dice Alberto molesto y con cierta angustia. Se gira hacia su amigo y lo ve serio en aquella cama blanca, rodeado de aquellas cuatro paredes blancas – No me preguntes lo que es, el único que se enteró bien fue Mario – el chico se acerca de nuevo a Adrián y lo mira a los ojos - De todas formas, eso no importa, ¿no? Lo importante es que estés bien.
  • Hmmm...
  • ¿Y bien?
  • ¿Qué?
  • ¿Cómo estás?
  • Cansado, me empieza a doler la muñeca y no puedo moverla, pero lo peor es que no siento los dedos de esa mano y me pica una barbaridad la escayola.
Alberto suelta una risilla y Adrián sonríe. Por fin.

***

Esperaba que fuese un buen día, pero no lo es, y sospecha que no lo será. ¿Tenía que ser justo el día de su cumpleaños en el que se siente peor?
Primero, al levantarse, fue a la cocina a prepararse el desayuno, y al llevarlo a la mesita del salón, no vio un pequeño (en realidad bastante grande) regalito marrón de Arturo en la alfombra, que además de ser carísima, era nueva y lo pisó.
Después de gritar todo tipo de insultos al perro, que seguía dando brincos a su alrededor, fue al baño y, soportando las arcadas que le provocaba aquello, se limpió de su pie descalzo la porquería del perro.
Al volver al salón a limpiar el resto de excremento y después lavarse las manos tres veces y finalmente ducharse, el hambre desapareció por completo.
Era muy cierto que no sacaba al perro desde hacía unos días, pero no se encontraba con ganas ni fuerzas para hacerlo.
Después de todo esto, Maite va a su habitación y se pone un pantalón corto de chándal y una camiseta de tirantes blanca junto con las zapatillas de deporte que le ruegan que las use de una vez por todas.
Coge la correa de Arturo y después de atarlo, salen del piso.
Lleva el móvil en el bolsillo, solo por él, deseando que la llame, aunque sea solo para preguntarle cómo está, como solía hacer los primeros días que pasaron separados. Se ha olvidado de ella.
Ha recorrido media calle cuando suena por fin la ansiada melodía, la que tenía asignada para él, ¡es Hugo!
Se aclara la voz y contesta.
  • ¿Hola?
  • Hola – su voz parece apresurada – mira, que al final no puedo ir contigo al cine esta tarde, ¿vale? Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, de verdad, es que me ha surgido algo y...
  • Hugo – lo interrumpe ella - ¿qué dices?
  • Lo del cine que... Ah... mierda...
  • ¿De qué hablas?
  • Lo siento Verónica, me he...
  • ¡¿Verónica?!
  • ¡MAITE! Eso, Maite, lo siento, me he equivocado de...
Pero ella no le deja terminar de hablar, le cuelga directamente. Nota como empiezan a escocerle los ojos, y como se le cierra la garganta.
  • Imbécil, asqueroso...
Arturo ladra y menea la cola. Ella se deja caer con fuerza en un banco cercano que está casi escondido entre unos árboles y un largo seto. El perro salta sobre sus piernas y se acurruca allí.
Maite se seca las lágrimas.
Ya no más.
¡Vamos, es psicóloga, se suponía que sabía entender y tratar los sentimientos de cada uno, incluidos los suyos!
Sacude la cabeza una vez y mira hacia el frente.
Allí hay una chica, de claros ojos verdes, castaña. Junto a ella van otras dos chicas, más altas y más desarrolladas que ella con diferencia. Las dos le hablan apresuradas y ella parece enfadada.
  • África, debí decírtelo antes, pero como estaba enfadada con Elisa...
  • ¿Ese chico ha estado buscándome tanto tiempo?
  • Por lo que yo sé, sí – contesta la rubia, a ella la conoce – no volvió a llamarme, ni a mi novio, que yo sepa, pero intenté conseguir tu teléfono para él varias veces. Después me fue a Estados Unidos con Esteban y no volví hasta ayer, que me reconcilié con tu hermana y le pedí de nuevo el teléfono.
  • ¿Todo eso del ataque de ansiedad es verdad?
  • Sí, lo encontré semi-inconsciente en la calle y lo ayudé.
  • ¿Y es el que salió en las noticias, al que su padre le pegó? - pregunta con voz temblorosa.
Maite se levanta del banco y sale de detrás del seto por una parte en la que hay muchas menos hojas y ramas.
  • Hola – dice acercándose a las tres desconcertadas chicas, que no la habían visto antes.
  • ¿Maite? - pregunta Elisa.
  • Hola Elisa. ¿Está bien Esteban?
  • Sí, está en casa.
  • Me alegro, me alegro – la joven se gira hacia las otras dos – Soy Maite – dice, intentando sonreír.
  • Ho-hola.
  • ¿Tú eres África?
  • Sí... - contesta muy confusa y algo asustada ella.
  • Soy la psicóloga de Adrián y sí, es el mismo que salió en las noticias hace unos días. Por lo que sé, sigue en el hospital.
África traga saliva, nerviosa.
  • Podríamos ir a tomar un café y puedo explicártelo todo.
  • No tenemos dinero – dice muy seria Lidia, que no se acaba de fiar de ella.
  • ¡Perfecto! Iremos a mi casa, entonces.
Lidia mira a África.
  • Yo quiero ir.
  • Está bien, pero tendrás que ir sola. Hace mucho que no veo a Elisa y quiero pasar un rato feliz con ella, para variar.
  • Está bien.
  • ¿A qué hora vengo a por ti?
  • Vuelvo yo sola en autobús.
  • No, te doy dinero para un taxi, no quiero que vuelvas tan tarde, sola.
  • Vale – acepta la chica cogiendo el dinero encogiéndose de hombros.
Maite le sonríe y las dos se alejan de las dos chicas que las observan algo contrariadas.

***

Le ha contado todo, absolutamente todo. Tiene ganas de llorar. ¿Cómo no puedo darse cuenta? Debió darle su teléfono cuando se encontraron aquella noche, al fin y al cabo, antes de desaparecer, fue todo un caballero.
Sube al taxi, llevándose consigo el número de Maite apuntado en la mano y el hospital y la habitación en la que está Adrián.

***

Justo cuando África se va, coge su móvil y ve que tiene treinta mensajes en Whatsapp, cinco SMS y felicitaciones de todos sus amigos en varias redes sociales.
De pronto, suena el teléfono fijo:
  • ¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos todos, cumpleaños feliz! - cantan sus primos al otro lado de la línea.
  • Gracias – dice ella riendo.
  • ¿Cómo te ha ido el día?
  • Muy bien – dice riendo ya con cierta frialdad.
Su familia, al notarlo, no saben que decir, hasta que el más pequeño, de diez años, grita:
  • ¡TE QUEREMOS UN MONTÓN, MAITE, TU FAMILIA Y TUS AMIGOS TE QUIEREN UN MONTÓN! → * ←
  • Muchas gracias – vuelve a agradecer ya con más ganas.
***
  • ¿Adónde la llevo, señorita?
  • Al hospital del centro.
  • Muy bien, vamos allá.

***

  • Almudena, ¿puedo quedarme en tu casa?
  • Eh..., sí, justo hoy sí, mis padres se han ido de viaje.
  • Bien, porque te necesito.
  • Vale, vale. Ven cuando quieras, te espero.
  • Muchísimas gracias, un beso, voy para allá.
Cuelga y cambia de número.
  • ¿Mamá?
  • ¿Sí, hija? ¿Dónde estás?
  • En casa de Almudena. ¿Puedo quedarme a dormir? Me da mucha pereza volver a casa tan tarde, y además mañana no hay clase...
  • No sé...
  • Por favor...
  • Está bien, pero mañana vuelve aquí para comer.
  • Gracias mami, un beso.
  • De nada hija. Pásatelo bien y no os acostéis muy tarde.
  • Vale, tranquila. Adiós.
  • Adiós, adiós.
Sonríe, contenta y orgullosa. Está mejorando.
Entra finalmente en el hospital y busca la habitación.
Está cruzando uno de los pasillos cuando se encuentra cara a cara con Blanca.
  • ¡Hola! - la saluda divertida África.
  • Ho-hola.
  • ¿Sabes dónde está el baño?
  • Sí, ven, iba justo para allá.
  • Gracias.
Ambas siguen andando y entran en el baño de mujeres.
Como no lleva un peine ni un cepillo, se peina mojándose el pelo con agua y desenredándolo con las manos.
Blanca la observa seria apoyada en la pared.
  • ¿Cómo esta tu abuelo?
  • Mejor.
  • Me alegro – dice sonriendo.
  • Sí.
África se gira hacia ella.
  • ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
  • ¿Por qué has venido aquí? - pregunta con brusquedad Blanca.
  • He venido a ver a un amigo.
  • ¿Qué le ha pasado?
  • Está... herido.
  • Viniste a ver a Adrián, ¿cierto?
  • Sí – dice finalmente.
  • ¿Es porque te dije que estaba bueno, has venido a zorrear?
  • Blanca, nunca me dijiste que estaba bueno. Y ya te he dicho que es un amigo.
  • Ya. Uno que está enamorado de ti.
  • ¿Lo sabes?
  • ¿Y tú, lo sabías y te daba igual?
  • No lo sabía hasta hoy – África empieza a enfadarse, aunque Blanca se relaja un poco.
  • Lo siento, es que estoy algo tensa – se disculpa antes de lavarse la cara – perdóname.
  • Ya veo, ya.
  • Es que como tienes a dos a la vez detrás de ti...
  • Pero sabes que yo no tengo la culpa. No es que lo haya provocado.
  • Sí, nunca has intentando atraer a nadie en particular con algún descote enorme, debería aprender de ti.
  • Todos se fijan en ti, no entiendo este repentino interés en mí.
  • Yo sí. Eres preciosa y adorable.
África sonríe y ríe.
  • No digas mentiras, pinocha.
  • Sí, mira que bien estás y ¡tus notas! Todo dieces, ¡eres superdotada!
La chica sonríe y Blanca se acerca a ella y le retoca el pelo, le da palmaditas en las mejillas para darles color y le sonríe.
  • Ve a ver a Adrián. Tengo entendido que lo está deseando.
África asiente y ambas salen del baño. Recorren el pasillo y Blanca deja pasar sola a África en la habitación.
Cinco chicos, uno de ellos que nunca ha visto, que tiene pinta de ser bastante afeminado y una chica totalmente perfecta clavan la vista en ella.
Luego lo hace Adrián, que primero parpadea varias veces lentamente y luego abre mucho los ojos.
La chica sonríe.
  • Ho-hola – dice con un hilillo de voz.



→ * ← Esto es por una chica muy especial, que es su cumpleaños hoy y que se merece un abrazo y aplauso enorme por ser simplemente ella, la mejor persona del mundo. Capaz de superar todo y de además alegrarnos el día a los demás con su sonrisa. A la que quiero más que a nada, la que enamora con su risa y que sabe sacar un chiste de cualquier cosa. Por tus ocurrencias y todos tus cualidades, que son muchas y gigantes, te queremos tanto todos tus amigos. No se te ocurra en ningún momento cambiar, ¡nunca!
De la África verdadera a la Maite verdadera.
Mira el link, no encontré nada mejor, es una tontería, te mereces el triple de más. :D