sábado, 22 de junio de 2013

Últimos








Abre los ojos, aturdido.
Siente un peso bastante grande sobre él, y también mucho calor.
Empieza a tener una leve sensación de asfixia y se mueve un poco. De pronto, todo cambia, el peso desaparece, y el calor se va con la desaparición de la sábana que debería tapar su cuerpo desnudo.
Escucha un leve gritito y una respiración desesperada a su lado.
Cuando sus ojos se ajustan a la luz del sol que entra por la ventana, se levanta, y entonces se da cuenta de que no lleva ropa puesta.
Su ropa está en el suelo, bueno, a decir verdad solo sus calzoncillos lo están,
Mira a Maite esperando que sea Elisa, y se queda muy quieto, cada vez más pálido.
  • ¿Qué...?
  • ¿...hemos hecho?


***


  • ¿Alguien ha visto a Blanca?
Todos miran a Leo y él, sin darse cuenta de ello, se escoge de hombros.
  • Es que se ha dejado su sudadera y no saben cómo localizarla para devolvérsela – explica Mario entrando en la habitación.
  • Ni idea – repite Leo.
  • Se habrá ido ya.
  • Sí.
Todos se quedan callados, hasta que Adrián habla con voz áspera.
  • Yo se la puedo dar a África.


***

Se miran fijamente durante unos segundos, hasta que ella dice molesta.
  • Haz el favor de taparte... eso.
  • Eso” tiene nombre – dice mientras se pone su ropa interior.
  • No empecemos con tonterías.
  • Lo siento. Es que sigo borracho.
  • ¡Dios, ¿cuánto bebiste anoche?!
  • Lo suficiente como para acostarme contigo.
Maite lo mira desafiante y sale de la habitación.
Arturo corre hacia ella y le pide comida a base de ladridos.
  • ¡Calla, perro! - le grita Esteban entrando en la cocina.
  • No le hables así – dice ella sentada en el sofá, intentando relajarse para pensar.
  • ¿Dónde tienes el café?
  • En uno de los armarios de la cocina.
  • ¿Con o sin leche?
  • Con Acuarious.


***


  • Afri, arriba, tienes que ir a ver a Adrián.

La chica se levanta sin problemas, se viste rápidamente con un jersey ancho de rayas beige y grises, unos vaqueros ajustados y unas botas, desayuna, se peina con una coleta alta y sale de su casa sin desayunar siquiera.
El hospital no pilla muy lejos de su casa en coche, pero andando o en autobús, que habría que hacer un enorme rodeo, el camino puede hacerse realmente pesado.
Cuando llega, paga al taxista, que al salir ella, parece silbar o murmurar algo entre dientes.
Entra en el hospital.
Al primero al que ve es a Mario, que está comiéndose un enorme bocadillo.
  • Hola – dice hablando tapándose la boca.
  • Hola, Mario – dice ella sonriendo.
  • ¿Vienes a verlo?
  • Sí, claro.
  • Te acompaño – ambos andan juntos por el pasillo. Parece que lo han cambiado de habitación, porque la lleva a otra planta, más abajo.
  • ¿Va todo bien? - dice mirándolo, lo serio que está de repente.
  • Sí. Le darán el alta hoy – contesta secamente. Su voz retumba en la soledad de las escaleras.
  • Ah, eso es bueno.
  • Sí.
Al llegar a la última planta, bajo el recibidor y la sala de espera, la cafetería y los quirófanos para operaciones urgentes, ella ya sabe que no la va a llevar con Adrián.
Y en efecto, la hace andar hasta un rincón apartado del jardín, tras una enorme fuente.
  • Hola – saluda ella algo asustada, temiendo que vayan a hacerle algo.
Leo, Guille y Alberto la saludan secamente y al mismo tiempo.
  • África, a Adrián le van a dar el alta – empieza diciendo Leo.
  • Sí, ya lo sé.
  • Lo que significa que irá a vivir con sus padres adoptivos.
  • Amanda y Joaquín, ¿no?
  • Sí.
  • Eso es bueno, ¿no? Quiero decir – rectifica al ver el semblante de los cuatro chicos - : estar en un hospital es algo triste y muy aburrido. Y si ya está bien, lo mejor es que vuelva a casa.
  • Sí.
  • Entonces, ¿qué hago aquí? ¿Qué pretendéis decirme?
  • Bueno... es difícil de explicar... - dice Alberto apretando la mandíbula.
  • Su padre no aparece.
  • El... ¿el que le pegó?
  • Sí, el único que tiene – dice Guille mirándola exasperado.
  • Sí. Lo ha hecho porque no quiere ir a los tribunales... ni a la cárcel.
  • ¿Adrián lo sabe?
  • Sí.
  • ¿Y se lo ha tomado bien?
  • No del todo.
Ella los mira algo confusa.
  • Ese hombre está muy loco, África. Tiene miedo de que nos haga daño a alguno de nosotros por venganza.
  • ¡Pero ¿qué venganza?! ¡Si Adrián no ha hecho nada!
  • Te repito que está mal de la cabeza. Adrián le tiene mucho miedo – ella asiente, es normal, lo entiende - , y por eso, no quiere que volvamos a estar con él.
  • ¿Por qué?
  • Porque no quiere que su padre nos haga daño.
  • ¡Eso es una tontería!
  • África, es por nuestro bien...
  • Tengo que ir a hablar con él, ahora mismo vengo.

***


Esteban, sentado en el sillón frente al sofá en el que está sentada ella, la observa.
Bebe su lata de Acuarious y luego se sirve una loncha de jamón serrano como remedio contra la resaca..
  • Bueno, Esteban, ¿sabes lo que hemos hecho?
  • Bueno, está bien claro que no hemos jugado a las casitas.
  • No me refiero a eso. Quiero decir que yo he traicionado a una amiga y tú, a tu novia.
  • Ya lo sé. Pero no podía pensar, estaba realmente borracho, apenas veía bien tu cara si no recuerdo mal.
  • Ya, bueno. Yo estaba igual. Quizá estaba bastante desesperada...
  • Quizá.
  • Sí. Hugo me dejó hace poco...
  • Ah, lo siento.
Maite sonríe de medio lado.
  • Tenemos que asegurarnos de que Elisa nunca sepa esto, le rompería el corazón.
  • Yo no puedo evitar contarle lo que ha pasado... no tenemos secretos entre nosotros.
  • Este es importante que no lo sepa, Esteban. Nunca, nunca puede saberlo. No quiero perderla.

***

  • ¿Adrián?
La chica entra en la habitación de hospital y lo ve, depié, vestido con su ropa, en concreto la que llevaba cuando la besó.
  • Hola, África – dice él muy serio - ¿cómo estás?
  • Mal – él se gira y la mira muy serio, juntando el entrecejo – Me han dicho que no quieres volver a verme, ni a mí, ni a tus amigos de siempre.
  • África...
  • ¿Puedes explicármelo?
  • No quiero que os pase nada.
  • No nos va a pasar nada Adrián. Tu padre no nos puede tocar, estés tú o no lo estés.
  • Mi padre es un loco que consigue todo en lo que se obsesiona. Si se obsesionara contigo... no sé lo que podría hacer, ni cómo me sentiría yo.
  • ¿Cómo crees que puede llegar a tocarme siquiera? Estoy vigilada continuamente, llevo un especie de “Busca” en el móvil para que mis padres sepan dónde estoy en cada momento, y una llamada de mi madre cada hora, a la que si no contesto, la policía me dará por desaparecida.
  • En una hora da tiempo a mucho...
  • Adrián – dice ella muy secamente – tu padre no me va a hacer nada. Me niego a alejarme de ti ahora.
  • ¿Por qué te importa tanto? Apenas me conoces.
Ella traga saliva. Es cierto que no debería saberlo, pero Maite se lo contó todo. Pese a ello, le molesta que diga eso.
  • Te conozco más de lo que piensas. Y ante todo – se apresuró a añadir – eres mi amigo, y te quiero.
<<Amigo>>. Esa palabra retumbó en la cabeza del chico con demasiada crueldad.
  • Un amigo acepta las decisiones de su otro amigo.
  • Un amigo no deja solo a otro amigo en un momento difícil.
Adrián sigue guardando sus cosas en una maleta.
  • Podemos seguir así todo el día.
  • Podemos seguir juntos para toda la vida.
El chico la mira lentamente, se acerca a ella y la envuelve en un abrazo.
  • África no pienso cambiar de idea. Quiero verte, a todas horas, no lo sabes... no entiendes lo que te aprecio. Voy a extrañarte, pero aún así, estaré seguro de que estás bien.
  • Eso no es justo – dice ella apoyando más la cabeza en su pecho. Puede sentir sus acelerados latidos, los escucha y los vive igualmente – No pienso hacer nada de lo que me digas, ¿sabes?
  • ¿Nada?
  • Nada, nada en absoluto.
  • Ámame – le dice él antes de besarla una última vez.

domingo, 2 de junio de 2013

Errores






Te quiero. Te quiero. Te quiero.
Es algo demasiado difícil de pronunciar, de articular, pero necesita decirlo. Que salga de su boca, y que él lo oiga, que sienta lo mismo...
  • Te... te quiero.
Adrián la mira fijamente, muy serio.
  • Claudia...
En seguida se siente mal, no debería haberlo dicho, no tan pronto, no después de saber lo de África.
  • Lo siento, pero es verdad – quiere parecer segura, pero no puede, la voz le tiembla.
  • ¿Me... me quieres?
  • Te quiero – dice ya más firmemente.
  • ¿Estás totalmente segura?
  • Adrián, eres el único chico que conozco que sabe de verdad hacerme feliz.
  • Te-tengo dos años menos que tú.
  • Eso no me importa. ¿A ti sí? Que yo sepa, África tiene dos menos que tú.
  • Es distinto... - dice lentamente. La mira unos segundos a la cara, pero los ojos de ella, lo miran, lo buscan – Quiero decir, a mí no me gusta que mi novia sea mayor que yo.
Podría ofenderse pero no lo hace. Le sonríe.
  • O sea, que eres un niño.
  • No soy un niño...
  • Entonces puedes afrontarte a mí y decirme simplemente que no te gusto.
  • Sí me gustas, pero yo... yo quiero a África.
  • ¿Realmente crees eso? Solo es una niña. No es más que un capricho. Es más un deseo que otra cosa, un juguete de usar y tirar – se levanta de un salto de la cama, sus tacones resuenan en el suelo mientras anda – eso es, solo te la quieres follar y luego la dejarás sola, quizá embarazada y sin futuro, puede que te atraiga nada más que para eso. Prefieres algo sin usar... claro...
  • ¿Qué? - dice él con una mueca de asco en la cara, se sienta sobre la cama.
  • Te gusta su figura de niña, sin nada que dar, apenas nada en lo que fijarse a parte de en esos ojos que tiene, esos ojos claros, ¿te ponen sus ojos? ¿Te fijarás en ellos mientras te la follas?
  • ¿Qué dices? Estás loca.
  • Yo puedo ser mejor que ella, y lo sabes, eso es lo que te asusta. Soy mayor que tú, lo que no significa que soy frágil, todo lo contrario, no me romperé, sé levantarme yo sola sin problemas, y también se hacer cosas que ella no sabe ni siquiera que existen... ni tú tampoco... - Adrián la mira muy serio. Espera que no hable en serio, empieza a pasarse - ¡Y yo estoy más buena! ¡Solo basta con mirar una vez! ¡Soy perfecta, ni un kilo de más!
  • Claudia, ¿me harías el favor de salir de salir de aquí?
  • Claro, te dejaré ver mi precioso culo desfilar. Aprovecha que será la última vez que lo verás.
La chica coge su bolso de una percha y sale en silencio, cerrando de un portazo.
Se levanta de la cama y se acerca a la ventana.
Al poco rato la ve salir del hospital por la puerta principal. Varios hombres la miran pasar, uno de ellos le silba y ella sonríe, una preciosa sonrisa, por cierto.
Aquellos salidos le gritan toda clase de cosas a Claudia, que se aleja calle abajo.

***
  • Ho...hola.
  • ¡Esteban! ¿Qué haces aquí? ¿Estás bien?
Puede notar en su cara que no. Está fatal. Tiene la cara pálida y los ojos rojos, quizá a llorado, o quizá a fumado algo...
No contesta.
  • Pasa, siéntate – le dice.
  • ¿Cómo te van los estudios? - le pregunta de repente el chico.
  • Bien. Los dejé por un tiempo, pero he vuelto a ponerme a ello. Las pruebas son dentro de unos meses y quiero tener mi permiso y montar una consulta en condiciones.
  • ¿Has dado con algún caso extraño?
Maite se sienta en un sillón frente a él y le deja un vaso de agua sobre la mesita de cristal.
  • ¿Por qué has venido, Esteban? ¿Qué te pasa?
El chico mira hacia abajo.
  • Si no me lo dices llamaré a Elisa – dice ella cogiendo su móvil.
  • ¡No! ¡Ella no sabe que estoy aquí!
  • Muy bien, entonces tienes que contármelo todo – devuelve el teléfono a su sitio.
  • Los padres de Elisa no me aceptan. Piensan que no ayudo, quieren que me vaya.
  • ¿Cómo sabes que ellos “quieren” que te vayas?
  • No me quieren al lado de su hija.
  • Llevas saliendo con ella más de un año, si no te quisiesen como novio de Elisa ¿no crees que lo hubiesen dicho antes?
  • Quizá estaban aguantando para soltarlo todo de golpe.
  • Pero ¿qué hicieron? ¿Te pegaron, te gritaron...?
  • No. Se...se sentaron a hablar conmigo en la mesa del comedor. Estaban serios y enfadados. Dijeron... que yo soy un inútil, que no valgo para nada, que soy un don nadie, sin trabajo, sin un futuro... no quisieron escuchar nada de lo que yo quería decirles...
  • ¿Has hablado con Elisa de esto?
  • Sí. No se lo ha tomado muy en serio, que digamos – dice él cabizbajo.
Maite bebe un trago de agua. Empieza a hacer calor. Lleva pantalones cortos y tirantes, y el pelo recogido y aún así... Se fija en lo que lleva Esteban, una camiseta de manga larga que parece abrigar bastante, porque puede ver sudor en su frente.
  • Esteban, ¿no tienes calor?
  • ¿Qué? No.
Lo mira unos segundos. Ha leído sobre esto, espera que no sea así, pero debe asegurarse, hay probabilidades.
  • Hace muchísimo calor... ¿no llevas nada debajo de esa camiseta?
  • No...
  • Remángate las mangas, Esteban, acabarás enfermo.
  • Estoy bien, de verdad...
  • Bebe agua, entonces.
  • Está bien, si así te quedas tranquila.
Movimientos lentos y secos, parece estar rígido, no puede mover demasiado bien los brazos. ¿Por qué? ¿Por evitar dolor?
Se levanta y se sienta a su lado.
  • Esteban...
Él mira hacia el suelo.
Maite le sube suavemente las mangas.
  • ¿Por qué?
  • Soy un inútil... - sabe que intenta no llorar – no sé hacer nada... un estúpido niño jugando a un juego de mayores... no valgo para nada... no soy suficiente para nadie.
  • ¿Por qué piensas eso?
  • Porque es la verdad.
  • Deberías dejar de preocuparte por lo que piense de ti la gente, sobretodo si no es cierto. Exageras mucho cada insulto. Sabes que cuando una persona está enfadada, no piensa en el daño que puede hacer.
  • Lo sé...
  • Entonces ¿por qué te haces daño? - le habla muy bajo, casi al oído, con el tono más dulce que puede.
  • Porque me siento mejor.
  • ¿Sufriendo?
  • Olvidando lo demás.
  • Podrías haber hablado en su lugar, haber acudido a mí antes...
  • Antes estaba demasiado ocupado bebiendo.
  • ¿Estás borracho? - le habla al oído.
  • Sí...
  • No está bien... eso no está bien... - él se mantiene callado, ella está casi sobre él - ¿hay más?
Esteban se quita la camiseta.
Son muchas, muchas heridas, algunas irregulares, otras aún sangran un poco.
Pero Maite solo ve un fuerte abdomen, unos músculos marcados.
  • No deberías estropear tu cuerpo así...
Esteban no habla, ya no dice nada. Si antes tenía calor, ahora...
Maite tira de él para sí y lo besa. Luego lo empuja hacia atrás, para quedar ambos tumbados sobre el sofá.
  • ¿Sabes? - le susurra – Resulta que yo también he bebido algo...

***

  • Sí, es espectacular. Alta, tiene los ojos claros y el pelo castaño...
  • O sea, como África...
  • ¡No! Es perfecta. Un cuerpo... y una voz tan suave...
  • ¿Te has enamorado ya, Ernesto? ¿Tan pronto? - le pregunta Almudena con una sonrisa irónica.
Él va a decir algo, pero le sonríe:
  • ¿Sabes qué? Déjalo, no lo entenderías.
  • ¿Por qué no iba a hacerlo?
  • Oh, sí, quizá sí que entiendas. Puede que acabes como tu hermano... Fue triste enterarme. ¿Tiene novio ya?
  • ¿Eres imbécil?
  • La verdad es que no me sorprende, siempre solo, rodeado de libros... ¡a saber qué leía! Y no sé... por su cara, sabía que acabaría siendo maricón.
  • Ernesto, una palabra más y acabarás mal...
  • ¿Lo has conocido ya, al otro chico, a su ligue? Me han dicho que es bisexual, quizá podáis compartirlo los dos. A ti seguro que no te importa, puta.
    ***

  • ¿Y Blanca estaba llorando?
  • Mucho... estaba fatal... me dio una pena...
  • Pobre.
  • Sí.
  • ¿Sabes? Creo que le gusta Leo.
  • ¿Por qué?
  • Cuando entró, lo buscaba a él. Y él quiso acercarse, pero lo hicimos nosotras antes y se apartó...
  • Mmm... es raro...
Ambas sonríen.
  • Harían buena pareja. No lo conozco demasiado, pero parece una buena persona...
  • A ver cuando me presentas a uno...
  • Cuando quieras – dice África riendo - Puedes elegir entre los otros tres. Creo que pegarías con Mario. Es muy tímido... y muy mono.
  • Ya me estoy enamorando.
Ambas sonríen.
  • María del Mar y Mario... sonaría bien – dice su amiga.